Viajero incansable, la situación mundial encontró el poeta en alta mar y en ese trance escribió el primer poema en Argentina sobre el tema del coronavirus, su implicancia social y política. Con el valor universal que ello implica. Primicia para nuestros lectores.
Estoy en mi biblioteca.
Por la pequeña ventana miro una pared.
Sobre mi escritorio una cita de Dante,
un conjuro de la fugacidad y de la muerte.
Sé de la desolación en las calles,
de cisnes en canales venecianos,
y zorros deambulando en Trafalgar Square.
La aflicción ensombreció los caminos del Apóstol,
divinidades de invisibles designios.
Delfines en Cerdeña, miles de ciervos en Nara.
En Nueva York un fanático delirio
abandona voces impasibles.
Se cierran fronteras, laberintos, puertos.
En las villas miserias no hay agua
ni pianos ni magnolias.
Sólo desamparo y miradas tribales.
Me dicen que patrullan barrios,
que acecha el miedo, el suicidio, la bruma,
que el dolor habita en mezquinos lechos,
huérfanos de belleza y de estrellas.
Por la pequeña ventana de mi biblioteca
miro el velamen de una barca.
