El tipo (Wimpi dixit) algo había leído en el diario cuando regresaba en el micro rumbo a su casa, pero no entendía bien de qué se trataba…
Al llegar y como era su masoquista costumbre, encendió el televisor para enterarse de las malas noticias de cada día; y entre asaltos, secuestros y crímenes, vio azorado como se abrían las cárceles y salían cientos de presos condenados por toda clase de delitos, entre ellos homicidios, femicidios o violaciones, bajo el argumento que dadas las condiciones de hacinamiento en las cárceles y ante la pandemia del coronavirus ello era para evitar la propagación de la misma. Más confundido que antes, cenó y se fue a dormir.
Y claro, el tipo soñó. Soñó cuando al carnicero de la esquina le entraron ladrones dos veces y, por suerte, sólo se llevaron dinero. Soñó cuando a la viuda que atiende el kiosco también la asaltaron pero la pasó peor: ella y su hija fueron brutalmente golpeadas por los delincuentes que se llevaron unos pocos pesos y mercaderías. Soñó también con esa viejita jubilada a quien asesinaron a tres cuadras de su casa para robarle la mísera pensión que cobraba.
Soñó con esa chica que vivía a la vuelta y a quien tres o cuatro tipos violaron en un descampado, dejándola abandonada con graves lesiones. Y soñó con el hijo del empresario que fue secuestrado y a quien, antes de liberarlo, le amputaron un dedo como “prueba de vida”. Y soñó con el comerciante de la otra cuadra que al volver una noche a su domicilio fue baleado al resistirse a entregar su vehículo. Y soñó con ese policía que custodiaba el banco de la avenida y que por llevar ese uniforme fue acribillado a balazos. Y soñó con esos dos menores que a pesar de haber robado y herido a su vecino, siguen libres por ser menores.
Y soñó con el único hijo del ingeniero a quien a pesar de avenirse a pagar el rescate solicitado, torturaron brutalmente y asesinaron de un tiro en la cabeza. Y soñó, y soñó y soñó… El tipo se despertó sobresaltado, se bañó, tomó el desayuno y salió para su trabajo. A poco de andar, creyó que aún seguía soñando: uno de los ladrones de la carnicería y que había sido detenido a poco de cometer el robo, iba caminando por la otra vereda junto al que asaltara a la del kiosco. Y ahí el tipo ya no supo qué pensar y se preguntó a quién protegía la ley.
1°Desde hace un tiempo se ha pretendido instalar en la sociedad un inexistente enfrentamiento entre quienes se denominan “garantistas” frente a los que -se dice- propician “la mano dura”, sin advertir que la solución al problema angustiante de la inseguridad no puede resolverse con un planteo maniqueista como el que se ventila. Mucho se ha discutido en torno al poder disuasivo de las penas, esto es, si el agravamiento de las mismas contribuye o no a la disminución de los delitos. Pero cualquiera sea la corriente en que uno se enrole, hay dos circunstancias que no pueden desconocerse: es cierto que el sólo aumento de las penas no baja los índices delictivos, como ya ha sido comprobado en todos aquellos sistemas en que el agravamiento de las sanciones para ciertos delitos -inclusive la pena de muerte- no contribuyó a disminuir los ilícitos. Y ello por una razón muy sencilla que hasta el tipo entiende: el delincuente no lee el Código Penal ni se entera cuando se aumentó una pena. Y si de todas formas lo supiese, tampoco ese hecho le haría desistir de su raid delictivo por la circunstancia de estar convencido que no será descubierto ni detenido. Pero también es cierto que el aumento de las penas, unido a otras modificaciones en los códigos procesales, lleva a disminuir la cantidad de ilícitos al evitar que el delincuente se recicle.
2°La Constitución Nacional crea un marco de garantías para todos los habitantes que tiende a proteger el efectivo ejercicio de los derechos, los cuales sin esa tutela, serían letra muerta. Así, ningún habitante puede ser arrestado sin la existencia de una orden escrita emanada de una autoridad competente; ni puede ser penado si no hay un juicio previo ante un juez ya existente y fundado en una ley anterior que considera al hecho como un delito. Igualmente dentro de ese proceso goza de la garantía de inocencia hasta tanto no se demuestre su culpabilidad, no estando obligado a declarar contra sí mismo y debiendo contar con la debida defensa en juicio a través de un abogado contratado o, en caso de carecer de recursos, de un defensor oficial, y pudiendo ofrecer todas las pruebas que hagan a su derecho (art. 18 C.N.)
3° Si de las pruebas reunidas en la causa resulta acreditada la autoría y responsabilidad del imputado, el juez deberá aplicar una de las penas que el Código en la materia estipula (art. 18 C.N.); sentencia que si considera que no se ajusta a derecho puede recurrir ante un órgano superior hasta que agotadas todas las instancias, la misma adquiera fuerza de cosa juzgada y deba cumplir efectivamente la pena. A tal fin y si ella fuera la privación de la libertad, será enviado a un instituto carcelario donde cumplirá su condena (art.18 C.N.) Como se advierte, ser “garantista” no significa disminuir las penas o defender institutos que hagan que las mismas sean algo ilusorio como lo pretenden los “abolicionistas” con el ex juez prostibulario a la cabeza. Ser “garantista” sólo supone exigir que en el estado de derecho tales principios puedan ser ejercidos en plenitud e igualdad por cualquier persona y en toda circunstancia. Pero al mismo tiempo significa que, una vez firme una condena, la misma sea cumplida a rajatablas, sin que ello implique el calificativo de “mano dura” salvo que se denomine así a quienes pretenden el mismo sometimiento de gobernantes y gobernados al estado de derecho.
4°Sin embargo, tanto el Código Penal como los códigos de procedimientos de las provincias crean un entramado normativo que en la práctica lleva a que las condenas impuestas sólo se cumplan en parte asistiendo así al hecho que la mayoría de las personas que a diario son arrestadas, tienen antecedentes y han estado presos varias veces, cometiendo los últimos delitos a poco de abandonar la cárcel. Entonces, la cuestión de la seguridad, si bien es compleja, al menos desde este punto de vista puede tener algún principio de solución si, por una parte, se reforma el Código Penal, aumentando notablemente las penas para todos los delitos; y por otra, las provincias modifican igualmente los códigos procesales, eliminando la mayoría de las normas que hoy posibilitan que el cumplimiento efectivo y total de las penas –de por sí leves- sea algo ilusorio. Insistimos en este concepto: ello, por sí, no disminuirá el delito pero muchos delincuentes no volverán a reciclarse, por lo que en la práctica la cantidad de ilícitos será menor. No se trata de un gran esfuerzo intelectual ni hay que invertir cuantiosas sumas; sólo se requiere decisión política de quienes tienen en sus manos la facultad de legislar.
5°E igualmente -y esto es esencial- es necesario la habilitación de más establecimientos carcelarios dado que como se ha visto últimamente, los actualmente existentes exceden su capacidad de alojamiento, tornando ilusorio el principio del art. 18 de la C.N que postula que “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas”. Pero muy poco es lo que en esta materia se ha hecho en los últimos gobiernos y de allí que en lugar de contar con espacios adecuados en tales establecimientos para el eventual aislamiento y tratamiento de los internos sospechados de estar infectados por el coronavirus, se ha optado por la liberación indiscriminada y masiva de quienes están cumpliendo condenas, tanto por delitos leves como graves. Pero, claro, ello tiene un costo político que muchos no quieren asumir, temerosos de ser señalados como partícipes de la “mano dura”; y entonces, el país seguirá soportando una escalada cada vez mayor de delitos hasta que la convivencia en paz y con seguridad, sea sólo un recuerdo de los buenos viejos tiempos, cuando el tipo, en las noches de verano, sacaba la silla a la puerta de su casa para charlar con los vecinos…
Era de noche cuando el tipo bajó del micro rumbo a su domicilio. Le pareció que esas cuatro cuadras que lo separaban de su vivienda estaban más obscuras que nunca y temeroso caminó rápidamente, mirando a uno y otro lado. Ya adentro, trancó la puerta, se aseguró que las ventanas estuvieran cerradas y por primera vez en mucho tiempo sintió miedo y no encendió el televisor. No quería volver a soñar.
