vie. 22 de agosto de 2025
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“Presidentes vs. Vicepresidentes” por Carlos Baeza

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Afortunadamente, nuestro país no es tan aburrido como Suiza (Frederic dixit) y de allí el privilegio que cada mañana y a través de los medios podamos sorprendernos con noticias tales como que el voto en las cárceles dio ganadoras a Tolosa Paz seguida de lejos por Cintia Fernández lo cual demuestra que existe auténtica igualdad de sexos (no hablo de “géneros” que es una acepción distinta que todos conocemos salvo los devotos del lenguaje inclusivo).

Y así, hace pocos días el mundo se enteró de una grieta de descomunal tamaño entre el presidente y la vicepresidente y en la cual, los sufridos habitantes de esta Argentina de la anomia, solo somos asombrados espectadores. En realidad, se trataba de un anuncio esperado a partir del mismo momento en el cual, CFK se auto proclamó como candidata a vicepresidente para los comicios de 2019 y en igual forma democrática eligió como presidente a Alberto Fernández, quien hasta entonces y durante diez años fustigó duramente a su ex jefa con epítetos que ni siquiera la oposición hubiera imaginado, por lo cual el actual desenlace no era más que la crónica de una batalla anunciada entre el poder real y el aparente como consecuencia del papel que un vicepresidente rara vez ha tenido en la historia institucional. ¿Siempre fueron normales las relaciones entre presidentes y sus vicepresidentes? ¿Hubo presidentes que gobernaron sin aquellos?
¿Alguna vez un vicepresidente tuvo más poder que el propio presidente? Acerca de esto trata el presente análisis.

1° La figura del vicepresidente fue tomada de la Constitución de los EE.UU en la cual el cargo solo implicaba la titularidad del Senado y de allí que dispusiera que “El Vicepresidente de los EE.UU. será Presidente del Senado, pero no tendrá voto, sino en el caso de empate” (art.1°, S.III, 4).; en tanto se previó igualmente que el Senado nombraría de su seno un presidente provisorio para los supuestos en los cuales el vicepresidente estuviera ausente o cuando debiera reemplazar al presidente (art. 1°, S. III, 5). De allí que nuestros Padres fundadores siguieran ese modelo y consagraron esos principios en los arts.45 y 46 del texto sancionado en 1853 (hoy arts.57 y 58, respectivamente). Siendo así, el vicepresidente tiene asignadas 2 funciones distintas: la principal, que es como dijéramos, ser el presidente natural del Senado y por ende no integra el Poder Ejecutivo el cual es unipersonal y conferido a “un ciudadano con el título de ‘Presidente de la Nación’” (art.87), sino que conforma el Poder Legislativo; en tanto y como función secundaria es el reemplazante del presidente en los casos de acefalía ya sea transitoria (enfermedad o ausencia del país) o permanente (muerte, renuncia o destitución), siendo en estos últimos supuestos quien completa el periodo faltante de gobierno (art. 88 C.N)

2° Por otra parte merece recordarse que el texto estadounidense disponía que el cargo de vicepresidente correspondía a quien obtuviera la segunda posición en la elección presidencial (art. II, S. 1). Pero debido al inesperado empate ocurrido en 1800 entre los candidatos presidenciales Thomas Jefferson y Aarón Burr, la Enmienda XII del año 1804 varió el sistema disponiendo que, a partir de entonces, los electores deberían votar en forma separada para presidente y vicepresidente, sistema que fuera seguido por nuestra Constitución de 1853. Finalmente, una nueva reforma se introdujo en la Constitución de los EE.UU. merced a la Enmienda XXV del año 1967, disponiendo que en caso de vacancia de la vicepresidencia, el presidente designaría al vicepresidente quien debería contar con el voto favorable de la mayoría de ambas cámaras del Congreso. Este último aspecto no fue seguido en nuestro caso y de allí que la acefalia del vicepresidente no se encuentre prevista por lo cual, y ante la laguna normativa, dos son las soluciones posibles: o mantener el cargo sin cubrirlo, ya que ninguna norma así lo determina; o por el contrario, disponer la elección de un nuevo vicepresidente, habida cuenta que tampoco ningún dispositivo lo prohíbe.

La experiencia nacional revela que en los casos en que tal situación se dio, ambas soluciones fueron seguidas no sin dejar de señalar dos particulares antecedentes. El primero se produjo el 5 de noviembre de 1861, cuando ante la renuncia del presidente Santiago Derqui asumiera el vice Juan E. Pedernera quien poco después de un mes, en una decisión ajena a nuestro sistema, también renunciara declarando “en receso” al Poder Ejecutivo, razón por la cual gobernara de facto como “Encargado del PE” Bartolomé Mitre por espacio de 6 meses, hasta asumir la presidencia para la que fuera formalmente electo. El restante fue más atípico aún, cuando encontrándose el mismo Mitre, ya presidente, en el exterior por la guerra con el Paraguay, falleciera en enero de 1868 el vicepresidente Marcos Paz, temporalmente a cargo. Dado que al encontrarse el Congreso en receso, no era posible designar al funcionario que asumiera el Ejecutivo, los ministros en conjunto se hicieron cargo del poder hasta el retorno de Mitre. Sin embargo, ello reveló la laguna constitucional y originó la sanción de la ley 252 que estableció que en casos similares de acefalía de presidente y vice, el cargo fuera cubierto sucesivamente por el presidente provisorio del Senado, por el presidente de la Cámara de Diputados y por el presidente de la Corte Suprema de Justicia, evitando de tal forma que en cada caso fuera menester la reunión del Congreso para designar a un funcionario.

En cuanto a los casos de vicepresidentes muertos en funciones y que no fueran cubiertos, tenemos el ya citado del fallecimiento de Marcos Paz durante la presidencia de Mitre y lo mismo ocurrió durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, al fallecer el vicepresidente Pelagio Luna, cuando restaba más de la mitad del periodo. Tampoco en supuestos de renuncia del vicepresidente se dispuso el llamado a elecciones para llenar el cargo: tal lo ocurrido durante los gobiernos de Arturo Frondizi, Carlos S. Menem y Fernando de la Rúa, frente a las dimisiones de Alejandro Gómez, Eduardo A. Duhalde y Carlos A. Álvarez, respectivamente. Otra situación tuvo lugar al fallecer dos vicepresidentes ya electos pero que no llegaron a asumir el cargo: así, al morir Francisco Beiró electo en 1928 junto a Hipólito Yrigoyen, los mismos colegios electorales que los habían ungido, eligieron a su reemplazante, Enrique Martínez. Por el contrario, al fallecer Hortensio Quijano, compañero de fórmula de Juan D. Perón, no se cubrió el cargo y recién dos años después -1954- fue electo Alberto Teissaire. Y un caso.

3° Es por ello que la figura del vicepresidente es considerada con frecuencia de escasa envergadura en el marco institucional, tal como lo entendía el propio vicepresidente de los EE.UU John Adams quien llegó a decir que: “Mi país, en su sabiduría, ha ideado para mí el cargo más insignificante que alguna vez ideara la inventiva del hombre o concibiera su imaginación”. Precisamente Currie señala –con relación al texto norteamericano- que mientras haya un presidente con buena salud -y cabría agregar que igualmente no fuera afecto a los viajes- la Constitución encomienda al vicepresidente la tarea poco más que mecánica de presidir el Senado; y de allí que esa particular situación diera cabida a la pregunta burlona “¿Qué fue de Hubert?”, aludiendo al influyente senador Hubert Humphrey, quien viera eclipsada su carrera al asumir la vicepresidencia de los EE.UU. Es cierto que algunos vicepresidentes lograron mayor trascendencia cuando en virtud del régimen de acefalía, debieron asumir el gobierno. Ello es lo que ocurrió cuando al renunciar Miguel Juárez Celman, Luis Sáenz Peña y Roberto M. Ortíz, sus respectivos vicepresidentes, Carlos Pellegrini, José E. Uriburu y Ramón S. Castillo, completaron los mandatos truncos (2 años y 2 meses el primero; 3 años y 9 meses, el segundo y casi 1 año el último). Lo mismo aconteció al fallecer Manuel Quintana, Roque Sáenz Peña y Juan D. Perón, siendo sucedidos por los vicepresidentes José Figueroa Alcorta (4 años y 7 meses); Victorino de la Plaza (2 años y 2 meses); y María E. Martínez de Perón (1 año y 8 meses); respectivamente. Distinto fue el caso de los binomios Héctor J. Cámpora-Vicente Solano Lima y Raúl R. Alfonsín-Víctor Martínez, dado que ambas fórmulas presentaron sus renuncias en forma conjunta.

4° Y bien: volviendo a la crisis institucional actual es evidente que la vicepresidente viene cumpliendo un rol que excede largamente su labor como presidente del Senado y se proyecta como la generadora de las políticas que lleva adelante el gobierno. Basta recordar episodios que los tuvieran juntos como protagonistas para advertir la influencia de la vicepresidente sobre el titular del P.E: mientras este habla en un acto, ella lo hace al mismo tiempo desde atrás lo que obliga a cederle el micrófono; le aconseja públicamente cómo debe seguir adelante con su gestión; lo amonesta sin tapujos al ingreso al Congreso para participar en la Asamblea Legislativa; manifiesta su desacuerdo con proyectos que el presidente envía al Congreso; critica a los “funcionarios que no funcionan” y finalmente le pide al presidente que incorpore a Juan Manzur al gabinete lo que este acata..

Lógicamente, que la derrota electoral en las P.A,S.O hizo estallar la convivencia y CFK, que nunca fue muy afecta a la forma republicana -basta recordar cuando se negó a entregar al entrante presidente Macri el bastón y la banda- organizó el vaciamiento del gabinete nacional, comenzando con la renuncia del titular del ministerio del interior, al que luego se sumaron otros funcionarios. Ello hizo que el presidente intentara demostrar que él era quien decidía cómo gobernaba recibiendo una más dura respuesta de CFK a través de una extensa misiva. Y como en la era K nadie respeta la enseñanza de Mariano Moreno según la cual “La renuncia de un hombre de bien siempre es indeclinable”, la mayoría de los “renunciantes testimoniales” se quedaron en sus puestos en tanto otros fueron reemplazados por la propia tropa de CFK. Y así aparecieron las “nuevas” figuras que el gobierno piensa que le harán remontar el resultado electoral el 14 de noviembre: Aníbal Fernández; Daniel Filmus; Julián Domínguez y el gobernador tucumano Manzur; en tanto el canciller que no habla inglés se enteró de su eyección cuando en pleno vuelo en misión oficial, su reemplazante -el ex librero que tampoco habla inglés- le informó que él sería su sucesor, lo cual reafirma un principio de la política cual es que no hay que denostar a un funcionario porque puede ser reemplazado por uno todavía peor. Si esta es la estrategia de CFK la verdad que pareciera todo lo contrario, a estar a los personajes del “tren fantasma” de derrotados y enemistados entre sí, cuya convivencia en el “nuevo” gabinete resulta así dificultosa.

Alberto Fernández tuvo en sus manos la oportunidad de hacer valer lo que significa tener “la lapicera” y no lo hizo. Podría haber seguido el ejemplo del presidente Sarmiento quien frente a las críticas e intentos de co gobernar de su vice Adolfo Alsina, le espetó con claridad: ““Usted no se meta en mi gobierno; limítese a tocar la campanilla en el Senado durante seis años, y lo invitaré de tiempo en tiempo a comer para que vea mi buena salud”.