En un día atravesado por el dolor y la conmoción tras la muerte del Papa Francisco, la escritora y periodista bahiense Guillermina Rizzo habló con CAFEXMEDIO y ofreció un testimonio conmovedor que mezcla lo personal y lo universal.
Habló desde la emoción genuina de alguien que no solo analizó a Francisco desde la distancia, sino que tuvo la posibilidad única de conocerlo de cerca, compartir con él momentos personales y recibir gestos que marcan para siempre.
“Estoy muy triste”, comenzó Guillermina con la voz quebrada. “La sensación que tengo en lo personal es de orfandad, porque yo siento que perdí un padre, ¿no? El Santo Padre”. Y esa sensación de pérdida no fue solo simbólica: Francisco fue elegido Papa el mismo día que falleció su padre biológico. “Yo viajaba a Bahía para organizar el funeral de mi papá, y en el auto escuché por la radio que Bergoglio era el nuevo Papa. Ahí mismo dije: ‘yo perdí a mi papá, pero la humanidad está ganando un Santo Padre de la gran puta’”.
Ese cruce íntimo entre la pérdida personal y el nacimiento de una figura universal marcó profundamente su vínculo con Jorge Mario Bergoglio. Una relación construida con el tiempo a través de cartas, intercambios sinceros y dos audiencias privadas, la última de ellas en agosto pasado en Roma. “Yo no soy nadie. No soy una figura pública. Y sin embargo, él me escribió de puño y letra: ‘¿En qué te puedo ayudar? Estoy a tu disposición’”.
Uno de los momentos más fuertes de esa última audiencia fue cuando Francisco le entregó personalmente dos cajas de rosarios bendecidos, además de los que Guillermina ya había llevado por su cuenta para que fueran bendecidos. “Siempre que viajo, llevo rosarios de plástico comunes, 300, 500, los que pueda comprar. Él los bendice y yo después los reparto. Te juro que han obrado milagros, nacimientos incluso”, contó emocionada.
Pero esta vez fue distinto. Francisco, luego de bendecir los rosarios que Guillermina le había llevado, le preguntó si tenía lugar en su valija. “No tenía, pero para él siempre va a haber lugar”, dijo entre risas. Fue entonces cuando el Papa le dio dos cajas con rosarios más elaborados, con el sello del Vaticano. “Le pregunté: ‘¿Dónde reparto esto? ¿En Capital o en Bahía Blanca?’ Y él, con un gesto, me dijo: ‘Bahía Blanca’. Esa sola palabra, en ese momento, fue una misión”.
Conmovida, Guillermina volvió a la ciudad con la firme intención de hacer algo especial con ese regalo papal. Apenas terminó la audiencia en Roma, le escribió un mensaje a Federico Susbielles, el intendente de Bahía Blanca, para contarle lo que había recibido y proponerle una acción conjunta. “Pensé que él, como jefe comunal, podía ayudarme a identificar dónde estaban las mayores necesidades. Bahía venía de atravesar una catástrofe, el tornado, y pensé que los rosarios podían ser un símbolo de consuelo”.
Si bien en un primer momento hubo una respuesta positiva, con el tiempo la comunicación se cortó y no pudo concretarse ningún trabajo conjunto con el municipio. Aun así, Guillermina no se detuvo. “La primera ceremonia se hizo en Don Orione, con las hermanas, en el Día de la Vida Consagrada. Vinieron monjas de otras ciudades y se llevaron rosarios. En la cama de cada uno de los internados hay uno. Y sigo repartiendo a personas anónimas, que me cruzo, que me cuentan su situación, y les doy uno. Porque esa era la intención de Francisco. Que lleguen a quienes lo necesitan”.
En un mundo herido, donde las voces sabias escasean, Rizzo insiste en que la figura del Papa será cada vez más valorada: “Francisco era una voz necesaria frente al neomercado, un líder con visión, con empatía, con humanidad. Su legado no es solo para los creyentes. Es para todos”.
