La villa balnearia en el partido de Villarino fue fundada en la década del ’30 del siglo pasado como lugar de descanso y disfrute de sus aguas salobres. En los ’80 la laguna creció y se llevó al pueblo. Ahora es disfrutada por turistas, pescadores y fotógrafos.
La localidad balnearia a orillas de la laguna de aguas salobres se inundó en los ’80 de golpe. Muchos tuvieron que salir con lo puesto. Se volvió una leyenda con los años. De a poco las aguas comenzaron a bajar, y el lugar, en el sudoeste bonaerense, comenzó a convertirse en un imán para el turismo fotográfico.
No, no estamos hablando de Epecuén y sus ruinas tantas veces capturadas en imágenes, sino de Chapalcó, un pueblo a orillas de la laguna Chasicó, cuya historia parece un espejo de su “hermano mayor” de Carhué, pero con otras particularidades que vale la pena conocer.
Chapalcó es el lugar más bajo de la provincia de Buenos Aires, a 21 metros bajo el nivel del mar. La localidad del partido de Villarino comenzó a desarrollarse como balneario en la década del ‘30 del siglo pasado, como lugar terapéutico, por la salinidad de la laguna Chasicó, y recreativo.
Era uno de los balnearios favoritos de los medanenses, es decir, oriundos de Médanos, la capital del municipio, que dista unos 54 kilómetros de allí.
La palabra Chapalcó deriva de dos palabras del idioma mapuche: “chapal” significa “barro” y “có” es “agua”, es decir: “agua barrosa”. En tanto, Chasicó significa “agua salada”. Es curioso, pero a 50 kilómetros de la laguna hay un pueblo con ese mismo nombre en el partido de Tornquist.
Una estancia en el sur
El área donde se asienta la villa balnearia, según describe la concejal de Villarino y guía de turismo Noelia Sensini, perteneció a la antigua estancia Chapalcó, cuyas tierras fueron adquiridas a principios del siglo XX por José María y Alfredo López Cousté. Ellos comenzaron a difundir las propiedades curativas de las aguas de la laguna.
En los años ’30 empezaron a llegar los primeros visitantes. Para arribar a la estancia desde pueblos vecinos tenían que hacer largas travesías a través de caminos medanosos e incómodos. Entonces empezó la forestación con eucaliptos y tamariscos para fijar las arenas vivas del sector que más tarde ocuparía la villa balnearia.
Se instalaron precarios baños y duchas para poder darse un baño de agua dulce luego de sumergirse en la laguna. Los bañistas disfrutaban de la sal de la laguna como tónico para la piel; también había baños de vapor, que aliviaban el asma y otras infecciones pulmonares.
Así, el lugar se iba llenando de visitantes. Finalmente, el 3 de febrero de 1937 se anunció en La Nueva Provincia de Bahía Blanca nada más ni nada menos que la inauguración de la temporada. Se esperaba la llegada de micros de la empresa de transportes Hernández con turistas que iban a abonar unos pocos centavos para ingresar al balneario. Esa fecha es la que se considera oficialmente como de nacimiento del Balneario Chapalcó.
Urbanizados
El pueblo tardó unos cuantos años más en aparecer. Allá por los años ’50 comenzó a desarrollarse una urbanización con venta y remate de lotes. A medida que se vendían los terrenos se extendía la red eléctrica y se construyó el edificio municipal. También llegó a funcionar una escuela de verano, a la que asistieron durante muchos años chicos de los pueblos cercanos.
Pero en la década del ’70 comenzaron a aumentar las precipitaciones de manera sostenida y se inundaron todos los cuerpos acuáticos de la llanura pampeana. De esta forma, la laguna Chasicó, que cuando comenzó la urbanización de la villa tenía unas 3.000 hectáreas, llegó a las 12.000 hectáreas en 1983, uno de los años más lluviosos que se recuerdan en la historia argentina, en coincidencia con uno de los más fuertes eventos de “El Niño” en el Cono Sur.
Ese año la villa Chapalcó desapareció por completo bajo la crecida. Esto destruyó las construcciones del poblado y provocó la dilución de las cualidades terapéuticas de las aguas.
La crecida fue de golpe y de la misma manera que contaron un par de años después los habitantes de Epecuén, muchos perdieron las casas de veraneo en Chapalcó hasta con los muebles adentro.
Tras el desastre solo se podía divisar una casa: la de la familia Dallavia, que tenía forma de faro, y se mantuvo en pie durante varios años sobre el nivel del agua. También se distinguían algunos molinos y árboles. Lo único que se salvó de la catástrofe fue el edificio de la delegación municipal.
Bajan las aguas
Luego de la gran inundación que destruyó la villa balnearia, con el tiempo las aguas fueron bajando. Hacia el principio de este siglo la situación se había revertido casi al estado anterior y muchos lugares que pasaron años sumergidos se dejaron volver a ver. En ese momento se descubrió (o redescubrió) la buena pesca de la laguna, sobre todo pejerreyes. Y comenzó a acudir el turismo de la caña, la caja con anzuelos y los asados en la orilla.
En estos momentos la laguna ocupa alrededor de 10.000 hectáreas. En 1999 fue declarada Reserva Provincial de Objetivos Definidos Mixtos y su bienestar depende de la Dirección de Recursos Naturales del Gobierno bonaerense.
Mientras tanto Chapalcó, que supo ser un lugar con una buena población estable, hoy es el hogar de apenas 50 personas. Hay un puesto sanitario, destacamento policial, capilla y una escuela rural, la primaria 57 “Alberto Bertoni” que comparte edificio con el jardín de infantes N° 9. A la primaria concurrían en 2022 siete chicos, y al jardín tres.
El 3 de febrero de 2013 se inauguró la temporada con el primer festejo de su aniversario, que había sido aprobada por el Concejo Deliberante de Villarino. Al año siguiente se inauguró el edificio de ingreso, dónde se ubicó una oficina de turismo.
Para los amantes de los mapas y las enciclopedias, hay dos datos llamativos. La villa balnearia Chapalcó no figura por ninguna parte en el tomo correspondiente a Villarino de la publicación de Clarín “Argentina Pueblo a Pueblo”, de 2006. Mientras que en Google Maps se pueden ver las calles de la vieja Chapalcó que se internan en la laguna, esa antigua villa que todavía atrae a fotógrafos y melancólicos (¿acaso son distintos?), que buscan captar ese árbol que asoma del agua quemado por la sal, ese fragmento de edificio. En suma, ese pueblo fantasma que se resistió a desaparecer, pese a todo. (DIB)