El argentino cosechó su siembra en su regreso a Bologna y Reggio Calabria. Pensar que en 1998 llegó en silencio para jugar en la 2da división y se fue a la NBA como el mejor jugador de Europa. El análisis de aquel proceso y el documental que está grabando con su carrera
Hace 90 años que no la canta Carlos Gardel pero la letra de Volver sigue vigente para casos como el de Manu Ginóbili, que más de dos décadas después regresó a sus amores en Italia, tierra de aquel furioso desembarco que realizó en Europa para conquistar los corazones tanos y cautivar al público del básquet en aquel Viejo Continente, en la previa de aquella huella indeleble que dejó en la NBA.
Nadie esperó tanto cuando dejó su Bahía Blanca natal, siendo un muy buen jugador argentino de 21 años, pero sabiendo que llegaría al sur italiano para jugar en la segunda división… Hoy se da el lujo de volver, tanto a Reggio Calabria como a Bologna, como un ídolo eterno, recordar lugares, revivir momentos, recibir reconocimientos y llevarse el cariño de todos, mientras aprovecha para seguir grabando el documental que comenzó hace un año y contará su apasionante carrera.
Manu aterrizó primero en Bologna y pasó un día disfrutando de su segundo club en Italia, la Virtus, adonde llegó como suplente y tras la primera práctica ya era titular, a los meses una figura y al año, el mejor jugador de Europa. Luego viajó del norte hacia bien al sur, puntualmente a Reggio Calabria, donde hizo su primera -y gran- experiencia en el Viejo Continente. Allí recibió la máxima distinción que otorga la ciudad: el “San Giorgio d’Oro”, que consistió en un pergamino y una placa en la que se registran todos los logros del bahiense durante su paso por el Viola.
“Sí, estamos en Italia de recorrida por los lugares donde Manu dejó su huella mientras grabamos su documental. Y estas visitas han sido motivo de encuentro con muchas personas importantes en su paso por acá, compañeros, entrenadores, dirigentes, más allá de los homenajes que le hacen en cada lugar que visitamos. Es realmente impresionante ver cómo lo recuerdan, quieren y admiran. Muy gratificante. Sobre todo para él, que está realmente feliz porque hacía 20 años que no venía por acá”, relató Carlos Prunes, el representante que lo acompaña.
Era 1998 cuando el crack bahiense, por entonces una joya del básquet nacional, dio el salto a Europa, como pedía su potencial. En la última temporada, jugando para un Estudiantes de Bahía que sorprendió a todos y llegó a semifinales, había sido una figura, ganando el premio al Jugador de Mayor Progreso y promediando 24.9 puntos, 4 rebotes y 2.2 robos. “El salto de calidad que dio de un año a otro fue tremendo”, recuerda Leandro, su hermano. Un nuevo cambio era necesario. “Empecé a pensar que tenía que medirme con los mejores y por eso necesitaba emigrar. La etapa en la Liga y en Argentina estaba cumplida”, admitió en el libro El Señor de los Talentos.
Aterrizó en Calabria, provincia del sur italiano que es famosa por su tradición, belleza natural y personalidad apabullante de sus ciudadanos. Ahí desembarcó en el Viola Reggio Calabria, un equipo que estaba en segunda división, con un maestro como entrenador (Gaetano Gebbia) y que, de a poco, se estaba transformando en un sucursal nacional. En el pasado, a comienzo de los 90, dos compatriotas habían dejado una gran imagen: Hugo Sconochini y Jorge Rifatti. “Cuando Gaetano me llamó para contarme que podía fichar a Manu, le dije ‘hacelo ya, no te equivoqués. Por suerte me hizo caso”, admite Hugo, quien justamente en la visita de Manu terminó jugando un picado de pádel, su nuevo deporte desde que se retiró. “Manu me dijo que lo querían varios equipos pero yo le recomendé Calabria, porque para mí era el mejor lugar para él, para crecer en todo sentido, con un maestro como entrenador… Yo la había pasado muy bien cuando llegó desde Argentina, me habían tratado como un hijo”, agrega Hugo. Otra motivación tenía Manu: ahí ya estaba Alejandro Montecchia, más que bahiense como él. Se habían criado juntos en Bahiense del Norte, el club de barrio…
Ginóbili llegó e hizo todos los deberes, como fue una constante en su carrera, desde aprender el idioma hasta ganarse la confianza del coach y sus compañeros. “Mi primera temporada fue de estudio, quería saber dónde estaba parado y qué iba a necesitar el equipo de mí”, contó. Los aprendizajes, obligados por un maestro exigente como Gebbia y las nuevas situaciones, estaban a la orden del día, pero él agachaba la cabeza, escuchaba y seguía, sin ninguna rebeldía, mostrando su madurez para los 21 años. “No fue fácil aquel comienzo”, aceptó él. Pero, al menos, el estilo de juego, veloz y en cancha abierta, le cayó como anillo al dedo y el bahiense terminó siendo muy valioso en el ascenso a la Lega, promediando 17 puntos, 3 robos, 2.8 rebotes y 1.5 asistencia.
En la segunda temporada, ya en primera, Manu no notó el cambió de categoría y continuó con su crecimiento. Llamaba la atención cómo se prodigaba tanto en defensa como en ataque y la forma en que su juego electrificaba a los hinchas. Su rendimiento se vio reflejado en números sorprendentes: primero en robos con 1.9, octavo en puntos con 17 y 9° en asistencias con 2.4. Todo con 22 años y la misma exigencia de siempre. “Estoy mejorando día a día. Pero debo encontrar una regularidad. No me gusta tener pasajes fantásticos y luego otros en los que paso inadvertido o cometo errores”, analizaba en medio de la temporada, mientras empezaba a focalizarse en hacer jugar más a los compañeros.
De a poco pasó a ser uno de los niños mimados de la prensa, que le puso el apodo Super Ginóbili. “Hasta yo me sorprendo con lo que dicen de mí. Hasta noto que los rivales me respetan más”, admitió. La compañía de Alejandro Montecchia fue clave. Vivían en departamentos contiguos y compartían todo el tiempo, incluso con sus mujeres, Marina y Marianela, quien se fue a vivir a Italia en 1999, tras comenzar un noviazgo en 1997.
Uno de los cambios más notables fue el físico. “Penetraba y se las enterraba en la cabeza. Era un negro pintado de blanco, se colgaba del aro con los dientes”, grafica su hermano Leandro con su habitual ocurrencia. Una explosión que terminó de darse en playoffs (sus medias treparon a 21 puntos, 4.5 rebotes y 2.5 asistencias) y sufrió el propio Kinder Bologna, su próximo destino, cuando se midieron en playoffs. El poderoso equipo, con Sconochini en sus filas, se puso 2-0 en casa pero Reggio sorprendió a todos al empatar la serie en Calabria. El 5° en Bologna terminó con el sueño y evitó el batacazo, pero dejó una certeza: el chico ya estaba para grandes cosas. “Nos costó un huevo eliminarlos, si no se lesionaba el Puma, no sé qué pasaba”, rememora Hugo, que pocos meses después se convertiría en el padrino de Manu, ahora en Bologna, su nuevo destino.
Le costó decidirse por la Virtus -en este momento llamada Kinder por el sponsor-. Olympiacos de Grecia le ofrecía más dinero, pero luego de mucho meditar -y preguntar- concluyó que lo mejor era seguir en Italia. “Ya estaba adaptado a las costumbres, conocía el idioma, tenía muy buenas referencias del entrenador -Ettore Messina- y Bologna era una especie de Bahía Blanca italiana”, cuentan hoy desde su círculo íntimo.
Manu llegó a un equipo con muchas figuras para ir adaptándose de a poco, pero enseguida se encontró con una responsabilidad tan grande como impensada: ser titular. Predrag Danilovic, la estrella del equipo que jugaba en su posición, sorprendió a todos tras la primera semana al anunciar su retiro a los 30 años. “Yo había ido a cumplir otro sol, ser el sexto hombre, y la idea era que tomara experiencia junto a él, que era uno de los mejores de Europa. Pero ya el día de la presentación me empezaron a tirar indirectas. ‘Qué suerte que tuviste, justo ahora se viene a retirar’, me decían. Yo no sabía nada hasta que leí el anuncio. Me había mentalizado para otra cosa y de repente tuve que cambiar el chip”, recordó Ginóbili sobre aquella repentina situación.
Algunos bromean que Danilovic vio a Manu en esa primera semana y se retiró… Sconochini lo niega, aunque cuenta una anécdota que impacta. “Ettore puso a Manu como titular en uno de los primeros entrenamientos, en una de las primeras jugadas tomó un rebote y tiró un triple en cancha abierta. En la siguiente repitió con un costa a costa y Danilovic explotó. Se puso la pelota bajo el brazo y le dijo ‘nene, pará, que el dueño del equipo soy yo…’. Manu bajó la cabeza y sólo atinó a decir ‘sí, está bien’”, cuenta Hugo, quien también fue baja en ese primer mes de competencia por un control antidoping positivo.
Sin dos piezas claves en el perímetro, “tuve que tomar responsabilidades desmedidas para un pibe de 23 años sin tanta experiencia, pero por suerte me salió bien”, recuerda. Algunos creen que fue suerte, que le allanó el camino, pero lo cierto es que si no hubiese estado preparado, el comienzo hubiera sido muy distinto… Lo cierto es que, seis meses después, Ginóbili era el MVP de la Euroliga, la Champions del básquet. Tan impensado como impactante.
“No tuvo miedo en cargar con la responsabilidad de reemplazar a Danilovic”, aceptó Messina. “Hasta yo me sorprendí. Hasta hacía semanas jugaba con él pero realmente cuando lo enfrenté en Kinder me quedé con la boca abierta. Manu subió tres escalones de golpe. Asimiló todo: el estar rodeado de figuras, tener un técnico consagrado que lo exigía y jugar en un equipo con presiones y obligaciones grandes”, analiza Montecchia.
En aquel momento, Leandro realizó una comparación futbolera que sirve para explicar lo que hizo Manu. “Es como que vos llegués a Boca, al mes se retire Riquelme, te den la 10 y vos salgas campeón de todo, la Copa Italia, la Lega y la Euroliga, siendo MVP de las tres. Imaginate…”, grafica con claridad. “Manu es hoy en Bologna casi lo que Maradona en Nápoles”, grafica Sconochini desde Italia.
Gino siempre recuerda lo que lo ayudó Messina en este proceso de convertirse en una estrella. “Manu se encontró con otro DT duro y perfeccionista. Diría que Ettore es 10 veces más exigente que Gebbia y al ver algo especial en él, lo empujó hasta el límite, sacando lo mejor”, asegura Sconochini, que fue testigo de primera mano. El bahiense acepta aquel aprendizaje. “Yo no me pongo colorado al decir que, cuando llegué a Kinder, todavía no entendía nada del juego. Jugaba bien, hacía algunas cosas espectaculares y anotaba puntos, pero fue con Messina con quien aprendí, a los golpes y de la forma más estricta. Ettore comenzó la transformación que luego completaría con Pop”, aceptó MG.
Ettore, pese a ser un consagrado, aún se emociona al escuchar el elogio. “Agradezco su confianza, cariño y este reconocimiento, pero el mérito fue suyo, de sus padres y la familia, de la gente que lo ayudó a ser una persona normal, sin cosas raras en la cabeza, con ganas de escuchar y mejorar. También de los entrenadores que tuvo en su país… Todos colaboraron mucho y no quiero tomarme más mérito del que me corresponde. Sólo lo ayudé a enfrentar, por primera vez, las exigencias y dificultades de la elite, explicarle cómo podía salir de una forma correcta. Pero quién lo hizo fue él”, elogia.
Un quiebre que no sólo fue en el juego sino también en lo mental y en lo físico. Fue en aquellas cuatro temporadas en Italia donde Ginóbili hizo un master y quedó listo para un nuevo salto. Del otro lado del océano otro mentor lo estaría esperando para seguir puliendo esta joya que se convertiría en una figura del mundo del deporte en los próximos 15 años.