vie. 22 de agosto de 2025
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Lectura de Domingo: ” ‘Carniquicho’: Historia de un perro” por Carlos Baeza

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“Cuanto más se aprende a conocer al hombre, más se aprende a estimar al perro” Jean Tousseul

 

Se iniciaba la década del 60 cuando mudé mis bártulos a la ciudad de La Plata a fin de cursar la carrera de abogacía, alojándome junto a otros amigos bahienses en un departamento del microcentro. A medida que transcurría el tiempo en mi vida de estudiante, comencé a conocer los secretos, leyendas y personajes de la Ciudad de las Diagonales y así fue como me enteré de la historia de “Negro”, un perro que diariamente acompañaba a su dueño hasta la estación ferroviaria donde el hombre abordada una formación para trasladarse a su trabajo, mientras el can permanecía allí hasta el atardecer cuando su amo retornaba. Un día, el hombre sufrió un accidente y murió sin volver a La Plata pero “Negro”, que como de costumbre aguardaba su retorno, no se movió de allí nunca más hasta su muerte. Hermosa y conmovedora historia de la fidelidad de un animal a su dueño y que creo recordar mereció un monumento en la misma estación ferroviaria platense.

Pero al lado de “Negro” hubo otro perro cuya historia fue muy conocida y trascendió incluso los límites de la ciudad. Me refiero a “Carniquicho” quien hizo su aparición a principios de la década del 60 instalándose en la céntrica esquina de 7 y 49 donde funcionaba la tradicional Confitería “París”. El can aparentaba tener 10 años o más y su pelaje era de un marrón claro; tenía ojos rosados y una mirada buena; su raza era indefinida y su porte si bien bajo era robusto; podía pasar por uno de los tantos perros callejeros pero su figura canina se arraigó entre los habitantes que lo veíamos deambular por sus dominios que se extendían por calle 7 hasta 51 y por 49 hasta 8, y que era donde desplegaba toda su actividad perruna: comer, dormir y pasear. En cuanto a su nombre, escuché varias versiones pero la más difundida era que otro animal llamado de igual forma -no perro sino caballo- había tenido una destacada actuación en el turf platense y que como un homenaje al mismo, se le había impuesto también el nombre de “Carniquicho” al amigable can de 7 y 49.

Como buen perro callejero estaba lleno de “rebusques” para procurarse alimentación y cobijo. Una de sus mañas era correrse hasta un café al paso a metros de su esquina favorita y aguardar que algún cliente se acercara a la caja a solicitar un pedido. En ese instante, el ocasional transeúnte sentía que algo tocaba una de sus piernas y al darse vuelta veía a “Carniquicho” quien, con su mano todavía alzada se limitaba a mirarlo fijo; entonces, ya no era solo el pedido de un café sino que había que agregarle 1 o 2 medias lunas que el perro agradecía con movimientos de cola. Otras veces, su pata tocaba a alguien que se encontraba adquiriendo cigarrillos en un kiosco cercano y allí la recompensa era un caramelo u otra golosina para el noble animal.

En una ocasión, un particular denunció haber sido mordido por “Carniquicho” lo cual resultaba algo extraño dado su manso carácter. Pero lo cierto fue que la entonces “perrera” se lo llevó detenido, alojándolo en la jaula n° 15 del Instituto Antirrábico a la espera de los estudios que permitieran determinar si padecía o no rabia. El episodio movilizó a toda la sociedad platense, encabezada por un empleado de la Confitería “París” quien junto a otros amigos se hicieron cargo del pago de la multa y de la vacuna antirrábica así como de un collar que así lo acreditaba, y de tal forma el nombre de “Carniquicho” fue asentado bajo el n° 112 en el libro del Corralón Municipal platense, retornando en forma inmediata a su querida esquina de 7 y 49. El episodio tuvo tal trascendencia mediática, que “Carniquicho” fue “invitado” al popular programa “Sábados continuados” que por el canal 9 conducía Antonio Carrizo. Se presentó ante las cámaras bañadito y luciendo su collar con refulgente patente municipal y certificado de vacuna, instalándose en un cómodo sofá mientras el conductor entrevistaba a los amigos de la esquina platense que lo habían acompañada a su debut televisivo. Todavía conservo una tarjeta personal que se entregaba a quienes teníamos algún vínculo de afecto con el animal y en el que constaba su nombre así como su dirección (“Carniquicho -7 esq.49-La Plata”).

La otra de sus habilidades perrunas era el procurarse cobijo por las noches. La puesta en escena era sencilla: cuando ya las sombras cubrían con su oscuro manto la ciudad, “Carniquicho” permanecía acostado en su esquina de siempre a la espera que algún noctámbulo estudiante pasara por el lugar y le hiciera un gesto. Claro está que él y solo él decidía si acompañar o no a quien lo invitaba, y en caso afirmativo allá iba rumbo a una nueva y desconocida morada, siempre cambiante, pero acogedora. A veces, yo pasaba por la esquina y ya no estaba, señal que había encontrado refugio para esa noche. En otras ocasiones, todavía permanecía a la espera y bastaba que le hiciera un leve chasquido y le dijera simplemente: “Vamos ‘Carniquicho’” para que con su trote lento y cansino me siguiera hasta mi vivienda. Allí permanecía toda la noche tirado en algún lugar y sin jamás haber hecho un ruido ni menos aún sus necesidades fisiológicas. El primero que se levantaba le daba algo de comer y le abría la puerta y allí partía para recorrer las pocas cuadras que lo separaban de su “casa” y retornar a sus andanzas en su largo peregrinaje canino. Recuerdo que en una ocasión volvimos de un asado trayendo restos de carne por si “Carniquicho” alguno de esos días decidía pernoctar con nosotros. Pero pasaron varias jornadas sin que lo encontráramos en su parada y justo en ese momento estábamos pasando una típica situación de “malaria” estudiantil ya que no llegaban las encomiendas familiares con vituallas y algunos pesos, razón por la cual y en un acto de lesa perrería nos comimos los restos que teóricamente eran para alimentar a nuestro amigo.

En La Plata todo el mundo lo conocía; todo el mundo lo saludaba o acariciaba su anciana cabezota. Pero poco a poco su figura dejó de ser visible en forma continuada y solo en ocasiones podía vérselo, más cansado y avejentado, como si ya no tuviera fuerzas para seguir “remándola” por las calles platenses. Y un día alguien informó sin mayores precisiones de tiempo y lugar, que el popular “Carniquicho” había muerte. Desde entonces, pasar por la esquina de la Confitería “París” y ver el lugar donde durante años su presencia no podía ser ignorada, generaba hermosos recuerdos de tiempos que vinculábamos a etapas o hechos de nuestras propias vidas de estudiantes. Hoy, a la distancia y transcurridos más de 50 años de aquellas vivencias, estoy seguro que “Carniquicho” -tal vez junto a “Negro”- andará correteando por algún lugar recordando no solo sus propias andanzas caninas por el centro platense sino también los amigos que supo tener, entre ellos, quienes como yo, ya peinamos canas pero no olvidamos aquellos días de estudiantes, llenos de alegrías y tristezas, persiguiendo un futuro que entonces todavía nos parecía lejano e incierto.

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