vie. 22 de agosto de 2025
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Lectura de Domingo

“El Principio de Peter” por Carlos Baeza

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“El secreto del éxito es honestidad y buena conducta. Si logras fingirlos, lo has conseguido” Groucho Marx

En muchas ocasiones, cualquier anónimo habitante de estas latitudes se ha encontrado frente a un mostrador tras el cual algún “alma bella” (Fernández Díaz dixit) se empecina en impedirnos concretar el trámite que hasta allí nos condujera (la recordada empleada pública personificada por Antonio Gasalla es un vívido ejemplo).

En otros casos, el funcionario o empleado -público o privado, poco importa- exhibe como excusa toda una máquina burocrática que lo respalda y en cuyo vértice, el jerarca de turno se revela manifiestamente incompetente para asumir el rol asignado: basta ver en numerosos ministerios, secretarías y otros despachos públicos, funcionarios cuya expertise en ese ámbito resulta al menos dudosa, habida cuenta de sus antecedentes que no se compadecen con el cargo que ostentan.

Partiendo de esta temática, Laurence J. Peter -con la colaboración de Raymond Hull- escribió con fino humor no exento de ironía su “Tratado sobre la incompetencia o por qué las cosas van siempre mal”, al que bautizara como “El principio de Peter”.

Revela que luego de variadas experiencias pudo comprobar la existencia de funcionarios y empleados incompetentes en los niveles de todas las jerarquías, lo que lo llevó a pensar que la causa debía radicar en alguna característica intrínseca de las normas reguladoras de la colocación de los empleados, por lo cual se dispuso a estudiar las diversas formas en que los mismos van ascendiendo a lo largo de una jerarquía dada y lo que les ocurre luego del ascenso.

Y después de analizar cientos de casos llegó a formular “El Principio de Peter” según el cual “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia” y su consecuente corolario: “Con el tiempo todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones”. Pero como lógicamente rara vez podrá encontrarse un sistema jerárquico en el cual todos los empleados hayan alcanzado su propio nivel de incompetencia, el trabajo cotidiano es ejecutado por aquellos que aún no han llegado al mismo.

Formulado así el principio, es dable encontrar diversos casos de incompetencia -a veces disfrazados de otras formas que engañan al observador- como el de la eficiente enfermera que en su primera noche como caba dijo a un paciente profundamente dormido: “Despierte, que es la hora de tomar su somnífero”.

Uno por demás interesante es el de “la inversión de Peter”: una persona que está de viaje en un país en el cual la venta de bebidas alcohólicas es monopolio estatal, ingresa a un establecimiento oficial con el fin de adquirir algunas de ellas para el regreso; y al preguntar la cantidad de licor que podría llevar, el empleado se excusa alegando que ello debería averiguarlo en la Aduana. Explica el cliente que tenía que saberlo con anticipación, para evitar incurrir en infracción, con el consiguiente decomiso de la mercadería. Una vez más, el empleado replica que se trata de reglamentos aduaneros, ajenos a sus funciones; y al sugerir el viajero que, de todas formas él conocería esa normativa, contesta: “Sí, la conozco, pero los reglamentos de aduanas no son responsabilidad de este departamento, por lo que no me está permitido decírselo”.

Otro ejemplo es el de un hombre que durante 11 meses debió permanecer a bordo de un barco que realizaba la travesía entre Hong Kong y Macao, por carecer de los documentos necesarios para poder desembarcar en alguno de ambos puertos y sin que ninguna autoridad quisiera expedirlos. Por eso se pregunta: “¿Ha tenido usted alguna vez una experiencia similar? ¿Se le ha dicho alguna vez: ‘no suministraremos esa información’? El funcionario sabe la solución a su problema; usted sabe que lo sabe, pero, por una u otra razón, no se la dirá”.

Bajo la denominación de “sublimación percuciente” podemos encontrar el supuesto de un empleado manifiestamente incompetente que es elevado a otro cargo solo para quitarlo del medio. Ello no significa que haya pasado de una posición de incompetencia a una de competencia, sino de una situación improductiva a otra de similar naturaleza. Tampoco tiene mayores responsabilidades que antes ni efectúa más trabajo que en el otro puesto; se trata simplemente de un seudo ascenso.

En ocasiones, un empleado incompetente, sin ser ascendido ni mejorado en su remuneración, recibe un nuevo y más extenso título y es trasladado a otras dependencias, lo que se conoce como “arabesco lateral”. Otro caso es el de la “exfoliación jerárquica” en la cual un competente y eficaz empleado, no solo no es ascendido sino que llega a ser relevado de su puesto. Así, una docente provisoria que careciendo aun de suficiente experiencia pero siendo poseedora de grandes condiciones intelectuales, aplicó los conocimientos adquiridos cuando estudiante, respecto a la conveniencia del trato diferenciado para con sus alumnos según sus dotes, logrando que los más brillantes terminaran en un año el curso que insumía 2 o 3; no obstante, no fue designada titular por no haberse ajustado al plan de estudios, mecanismos de calificación y sistemas de promoción.

Por eso, la simple incompetencia solo puede acarrear la imposibilidad de un ascenso; pero la supercompetencia lleva incluso al despido, porque al trastocar toda la escala viola el primer mandamiento de la vida jerárquica según el cual: “la jerarquía debe ser preservada” (¿no le recuerda a “La sociedad de los Poetas Muertos”?)

“El Principio de Peter” no es privativo de alguna esfera, sino que se manifiesta en todos los estamentos, entre ellos, en el aparato gubernamental, el cual -según su expresión- “es una vasta serie de entrecruzadas jerarquías, surcadas de incompetencia en todas direcciones”; donde se encuentran infinidad de reparticiones que conforman rígidas jerarquías de empleados a sueldo, todas las que “se “hallan necesariamente sobrecargadas de incompetentes que no pueden realizar su trabajo, no pueden ser ascendidos, pero no pueden ser excluidos”.

Dos son los elementos que juegan en forma decisiva en la materia: el tiempo necesario para ascender y la cantidad de grados que es menester recorrer. En este sentido, dado un periodo de tiempo suficiente y partiendo de la existencia de un determinado número de grados dentro de una jerarquía, todo empleado asciende y permanece en su nivel de incompetencia.

Muchas veces es dable encontrar un sinnúmero de funcionarios y empleados altamente competentes, pero ello obedece simplemente al hecho de no haber tenido tiempo aun para alcanzar sus propios niveles de incompetencia. En otras, el surgimiento dentro de una jerarquía de un sujeto competente, lo único que revela es que dentro de la misma, no existen suficientes grados para poder llegar a aquel nivel, originando la llamada “competencia en la cumbre”. Pero en ciertos casos, quienes se encuentran en ese estadio no están satisfechos de su posición competente; y dado que no pueden llegar a un nivel de incompetencia dentro de su misma jerarquía porque precisamente están ya en la cúspide, tienden a pasar a otra y poder alcanzar así, en la nueva escala, aquel nivel de incompetencia al que no pudieron acceder en el antiguo medio. Este supuesto es conocido como “incompetencia compulsiva”.

Estas y muchas otras facetas de la misma problemática son desarrolladas a través de incontables ejemplos. Y un párrafo resulta revelador cuando formula una invitación al lector: “Puede usted encontrar ejemplos similares en cualquier jerarquía. Mire a su alrededor en el lugar donde trabaja y fíjese en las personas que han alcanzado su nivel de incompetencia. Verá que en toda jerarquía la nata sube hasta que se corta”. No me diga que luego de leer estas líneas no ha pensado ya en algunos funcionarios. ¿Lo ayudo?

Comencemos con un docente de la U.B.A que fue ascendido a presidente de la República a través del sistema dedocrático de una senadora nacional, quien a su vez, se auto ascendió a vicepresidente de la República, alcanzando así ambos sus niveles de incompetencia. Podemos recordar también a un secretario de finanzas quien ascendido a ministro de economía, en una entrevista televisiva y al no poder dar explicaciones sobre un tema de su área, pidió cortar el reportaje suplicando: “Me quiero ir, me quiero ir”. Se destacó igualmente un médico ascendido a ministro de salud que sostuvo que el Coronavirus no iba a llegar al país y que estaba más preocupado por el dengue que por aquél.

En la misma línea, un ingeniero agrónomo que no habla inglés; que de diputado fue ascendido a ministro de relaciones exteriores y que en poco tiempo ha cometido tantos yerros diplomáticos como países han controvertido sus dichos; aunque nadie debe asombrarse, pues al preguntársele en un reportaje cómo había hecho para mantenerse a través de distintos gobiernos se sinceró diciendo: “Haciéndome el bol…”.

Está el caso de un diputado ascendido a ministro de Justicia cuyo único antecedente en ese ámbito es haber sido “pinche” en un juzgado y que calificó un fallo judicial como un “mamarracho jurídico” y solicitó que se libere a CFK de todas sus causas por presunta corrupción. También hay una antropóloga a quien ascendieron a ministra de seguridad; o el dueño de una librería de autoayuda que solo por portación de apellido fue ascendido a jefe de gabinete.

Ya lo ayudé bastante: ahora le toca descubrir a Vd. a quienes a nivel local y siendo expertos en nada fueran ascendidos a cargos técnicos de relevancia. ¡No me diga que no conoce a ninguno!