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“Política y doctrina social de la Iglesia Católica” por Carlos Baeza

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“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Lc. 23, 34

Con motivo de mi anterior nota publicada en este medio en la que cuestionaba el accionar político de algunos sectores de la Iglesia Católica -mi Iglesia- por la celebración de misas con cantos partidarios, se me han formulado ciertas críticas sosteniendo que mi postura parece desconocer la Doctrina Social de la Iglesia en materia de política.

Sin embargo, mi posición es suficientemente clara: conozco la prédica que en esta materia sostiene la mencionada doctrina a quien no se la puede equiparar a un partido político ni menos aún negarle su constante prédica en pro de la cuestión social.

Basta para ello recordar las enseñanzas vertidas desde la “Rérum Novarum” (1891), pasando por “Quadragésimo anno” (1931); “Mater et Magistra” (1961); “Populorum progressio” (1967); “Octogésima adviens” (1971); “Laborem excercens” (1989) y “Sollicitudo rei socialis” (1987), entre las principales encíclicas papales.

1° Ante todo es menester tener presente que la Iglesia valora en forma primordial la actividad política y en tal sentido, la doctrina social enseña que la comunidad política tiene como misión la búsqueda del bien común, o sea, el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones, pueden lograr con mayor plenitud y facilidad, su propia perfección. Pero como son muchos y diferentes los hombres y las soluciones por los que se pueden pretender buscar ese bien común, es necesario una autoridad que dirija la acción de todos y de allí que tanto la comunidad política como la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana y por ello, pertenecen al orden previsto por Dios, aun cuando el tipo de régimen político y la designación de los gobernantes, se dejen a la libre elección de los ciudadanos.

De la propia dignidad de la persona humana proviene, entonces, el derecho a tomar parte activa de la vida pública, contribuyendo a la consecución del bien común; y es merced a esa participación que se le abren a los seres humanos nuevas y vastas perspectivas de obrar el bien. Es la propia doctrina de la Iglesia la que afirma que la política es la expresión más alta de la caridad, luego de la religión misma, porque la profunda política es el ejercicio mismo de la caridad, en la medida que debe crear las condiciones para que nadie tenga hambre o carezca de vestido, vivienda o seguridad familiar. Y si bien la Iglesia no tiene competencia en el campo político ya que trata de ser fiel a su misión espiritual y respetar plenamente las responsabilidades propias de los gobernantes, puede brindar su apoyo moral a quienes tienen a su cargo la ciudad terrena.

2° La doctrina social de la Iglesia es un conjunto sistemático de verdades, valores y normas, que el Magisterio vivo de la Iglesia, fundándose en el derecho natural y en la Revelación, aplica a los problemas sociales de cada época, a fin de ayudar -según la manera propia de la Iglesia- a los pueblos y gobernantes, a construir una sociedad más humana, más conforme a los planes de Dios sobre el mundo. El autor de esta doctrina es el Magisterio vivo de la Iglesia, el que puede manifestarse en dos formas y por ende, con distintos alcances.

En primer lugar, a través del Magisterio solemne, que surge: o de la palabra del Papa hablando con fuerza dogmática, o de la reunión del Sumo Pontífice con los Obispos unidos en Concilio Ecuménico. En estos dos casos, se trata de la infalibilidad de la Iglesia, cuando están en juego temas de fe y moral.

En segundo término, el Magisterio ordinario que puede darse: en los demás casos en los que el Papa usa de la palabra; o en el de los Obispos de una Nación respecto a un tema puntual; o en el de un Obispo en su sede. En estos tres supuestos no está en juego la infalibilidad de la Iglesia, existiendo no obstante una asistencia especial del Espíritu Santo. Se trata del Magisterio pastoral a través del cual se dan orientaciones a los cristianos para afrontar, ante los acontecimientos que los tiempos van haciendo surgir, el seguro camino para alcanzar a Dios y que a diferencia del anterior que se presenta como indiscutible, sólo obliga a un asentimiento reverencial, ya que es auténtico y con fuerza de autoridad, pero no infalible. Y es en el marco de este Magisterio en que debe encuadrarse al documento de los Obispos argentinos.

3° La doctrina social no es ni una elaboración preparada para habitantes del futuro; o formulaciones que surgen imprevistamente; o mandatos carentes de todo contenido. Por el contrario, es la respuesta concreta de la Iglesia frente a los problemas sociales de cada tiempo; es un diálogo permanente con estos problemas y que conforma así, ese conjunto de verdades, valores y normas que ha ido enriqueciéndose a través de una evolución constante y que se condensa en cuatro temas fundamentales: la dignidad humana, que es el punto permanente de la doctrina; la economía social; la política social y las relaciones internacionales. Lógicamente que esta temática es cambiante y ha ido variando a través del tiempo, pudiendo señalarse diversos períodos, pero en todos ellos aparece la voz de la Iglesia en aspectos que, aparentemente, parecieran ajenos a la misión que le está reservada.

Sin embargo ello no es así. Cristo no vino a salvar almas sino hombres concretos, tal como les toca vivir en sus respectivas épocas; y si la Iglesia es continuadora de la misión de Cristo, no puede desentenderse de aquellas realidades económicas, sociales o políticas, que obstan a la realización de la persona. El cristianismo no es sólo un conjunto de ritos que se realizan en el interior de los templos; no son dos vidas separadas: la religiosa y la terrena. Por el contrario, “el cristiano es unión de la tierra con el cielo en cuanto que toma al hombre en su ser concreto…y lo invita a elevar su mente y las mudables condiciones de la vid terrena, hacia las alturas de la vida eterna”. De allí surge entonces, la intervención que le cabe a la Iglesia en la denominada cuestión social, porque ella no tiene soluciones técnicas, ni propone sistemas o programas económicos o políticos; ni manifiesta preferencias por unos u otros, con tal que se respete y promueva la dignidad del hombre; pero, en cambio, la Iglesia es “experta en humanidad” y por ende extiende su misión evangelizadora a los variados aspectos de la vida, con lo que no hace sino proclamar la verdad sobre Cristo aplicable a un caso concreto, mediante su doctrina social.

Por ello es que Juan Pablo II nos exhorta a “confiar responsablemente en esta doctrina social, aunque algunos traten de sembrar dudas y desconfianzas sobre ella; estudiarla con seriedad; enseñarla; procurar aplicarla; ser fiel a ella, es en un hijo de la Iglesia, garantía de la autenticidad de su compromiso en las delicadas y exigentes tareas sociales y de sus esfuerzos a favor de la liberación o de la promoción de sus hermanos”.

Como se advierte, luego del precedente análisis basado en los citados documentos de la Iglesia Católica, de manera alguna se desconoce su Doctrina Social sino que por el contrario se la reafirma pero fijando los propios límites que ella misma así como el Código de Derecho Canónico y el Catecismo de dicha Iglesia, en tanto la actividad política partidaria está exclusivamente reservada a los laicos y sin que los religiosos puedan tener participación en ella, tal como lo pusiéramos de relieve en la anterior nota al citar el Documento de Puebla donde claramente se sostiene que “si bien los pastores tienen libertad para evangelizar lo político desde un Evangelio sin partidismos ni ideologizaciones, deben despojarse de toda ideología político-partidista que pueda condicionar sus criterios y actitudes, ya que si militaran en política partidista, correrían el riesgo de absolutizarla y radicalizarla; pero en el orden económico y social y principalmente en el orden político, en donde se presentan diversas opciones concretas, al Sacerdote como tal no le incumbe directamente la solución, ni el liderazgo, ni tampoco la estructuración de soluciones”. Concluyendo en que los religiosos, por su forma de seguir a Cristo, “deberán resistir igualmente, a la tentación de comprometerse en política partidista, para no provocar la confusión de los valores evangélicos con una ideología determinada” (n° 526 a 528).

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