mar. 23 de abril de 2024
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Un terrible caso de bullying en Bahía Blanca, fue determinante para la aplicación de un método para combatirlo

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La obligaban a comer pasto porque decían que era una vaca. Calentaban una lapicera en la estufa y se la clavaban en la espalda. Un lunes por la mañana, la rodearon en la clase de matemática y le tiraron la carpeta al piso. Uno de sus compañeros, de 12 años, lanzó una patada voladora y ella atinó a cubrirse la cara, pero terminó con cuatro dedos rotos. Todo sucedió delante del maestro, que no hizo nada y por eso fue desplazado del cargo, aunque la madre de la víctima ya la había cambiado de colegio.

 

El episodio ocurrió el año pasado en la Escuela Media 17, en Bahía Blanca, y la historia trascendió por su extrema crueldad. Pero no es un caso aislado. Seis de cada diez chicos en edad escolar dijeron haber presenciado casos de humillación entre pares, discriminación y violencia. Son los únicos datos oficiales disponibles que surgen de la evaluación Aprender 2017, y que ponen en evidencia un problema que no da tregua en las aulas argentinas.

Ayer se conmemoró el Día Mundial Mundial contra el Bullying, y las escuelas de distintos países se cuestionan cómo abordar el conflicto. Algunas optaron por métodos sistemáticos, como en Finlandia. En Barcelona, hay instituciones con proyectos que se enfocan más en lo preventivo para evitar que se consoliden las relaciones de acoso. En Chile, un proyecto impulsa una fórmula ad hoc para cada escuela en particular, que se centra en la elección de un grupo de alumnos como líderes de convivencia. Y en algunos de los estados más importantes de Estados Unidos, como Nueva York, reconocen que el tema es tan complejo que no hay fórmulas mágicas que lo resuelvan.

Rechazados, acosados o excluidos. La tortura suele adoptar distintas formas, pero es reiterada, abusiva y constante. A veces se enmascara como dinámicas propias que se construyen dentro de un grupo, como algo intrínsico de la vida dentro del aula. Fuera del ámbito escolar, el hostigamiento hoy se dilata de manera virtual en las redes: el ciberbullying.

En los últimos cinco años, varios países sancionaron leyes específicas con respecto al tema, que incitan a los maestros a denunciar pero que por sí solas poco hicieron para cambiar la manera en que se enfrenta el problema.

Es Finlandia uno de los países que más investigó sobre el tema, tarea que asumieron expertos de la Universidad de Turku hace más de una década, cuando crearon el método KiVa, un programa sistemático que aborda el acoso como fenómeno grupal, y que en lugar de centrar su mirada en el acosador y la víctima, hace foco en los llamados bystanders, que son los espectadores pasivos. De acuerdo con la experiencia de Tiina Makela, coordinadora del método para América Latina, el acoso es la estrategia por la que un individuo pretende demostrar una posición de mayor fuerza en un grupo de iguales. Y sin público “en las gradas” no hay bullying.

Luego de unos años de haberse implementado el método KiVa en el país báltico, se hizo un estudio en 234 instituciones educativas y 30.000 estudiantes, de entre 7 y 15 años, y los resultados constataron que los casos de bullying habían desaparecido en casi un 80% de las escuelas. La contundencia del programa finlandés impulsó su incorporación en más de 20 países, incluido la Argentina, donde un total de diez instituciones, todas privadas por el momento, compraron la licencia.

El bilingüe Michael Ham fue el pionero: lo instrumentó en sus dos sedes, de Vicente López y Nordelta. Y hace pocas semanas, la vicedirectora académica, Mariana Gallagher, recibió desde Finlandia los resultados de su primera evaluación, con una disminución del 3% en alumnos que sienten que fueron víctimas, y de 2,5% en alumnos que reconocen haber sido acosadores.

Testigos como protagonistas
¿Puede un método enlatado funcionar en diferentes escuelas alrededor del mundo? KiVa tiene acciones universales, que son de prevención, y focalizadas, de intervención. Todas están detalladas en un manual que la escuela debe poner en práctica. Hay lecciones, ejercicios, juegos y trabajos en grupo. Hay maestros en los recreos que están con un chaleco refractario y la leyenda KiVa en la espalda, como para que nadie olvide que el programa está presente en la escuela. Pero las acciones focalizadas, dicen, son las que hacen la diferencia. ¿Por qué? Según los expertos, y a contramano de otros métodos que se centran en la víctima y el acosador, KiVa intenta cambiar las normas que rigen al grupo.

“Llevamos por herencia la idea de que ser buchón está mal -apunta Gallagher-. Era algo que la entrenadora finlandesa no lograba comprender bien, y con su orientación incluimos el tema en el programa. El buchón busca el mal del otro, exponerlo frente a los demás para dejar al descubierto un error, una falta. ‘Ella no hizo la tarea’; ‘trajo medias celestes y no se puede’. Pero contar que una compañera le saca la silla a otra, le esconde la vianda o le tira la mochila a la basura es una forma de pedir ayuda, de ser parte de una solución”.

Dentro del grupo, esos chicos que no son los acosadores pero sí testigos son para KiVa la clave del cambio. “Si se reían y dejan de hacerlo, ya es un paso. A ellos se los convoca cuando hay un conflicto, se los motiva para cambiar de actitud, y son ellos los que proponen soluciones posibles”, agrega Gallagher.

En abril del año pasado, cuando aún estaba a cargo del Ministerio de Educación de la Nación, Esteban Bullrich viajó a Finlandia para reunirse con los creadores de KiVa, y de ese encuentro surgió la posibilidad de la implementación del programa por un período de tres años, con un muestreo de 400 escuelas públicas. Finalmente, la intención no prosperó, y según señala Cristina Lovari, coordinadora de Educación Inclusiva, “fueron reuniones muy positivas, que abrieron nuevas formas de pensar”.

¿Cuáles son las herramientas con las que hoy cuentan las escuelas públicas argentinas? En 2013 se promulgó la ley para la Promoción de la Convivencia Escolar, y a partir de allí se desarrollaron algunos programas, como la Guía Federal de Orientación para los docentes y la línea 0800 Convivencia, donde el año pasado se recibieron 300 llamadas en que se denunciaba una situación conflictiva. Pese a todo, los maestros en las aulas reconocen que muchas veces no saben cómo actuar. “La formación docente es prioritaria, y a veces es difícil conjugar el desencuentro entre los tiempos del sistema educativo y la necesidad de los chicos”, confiesa Lovari.

La receta chilena y el proyecto catalán
Andrea Henríquez es uno de los rostros más visibles en Chile de la lucha contra el bullying, en un país que acumula más de 4000 denuncias al año y que tiene una ley, desde 2011, que rige el actuar de las escuelas. “Hemos avanzado, pero aún falta”, dice Henríquez, una joven de 20 años, estudiante de Ciencias Políticas y directora de la fundación Volando en V, que hoy está presente en 15 escuelas chilenas y este año pretende sumar ocho más.

Cuando tenía once años, Henríquez y su familia se trasladaron a Ecuador, y en su nueva escuela comenzó a sufrir acoso. Primero se expresó en forma de apodos como “muñeca de plástico”; luego con canciones que la ridiculizaban delante de sus compañeros y, más tarde, con el hostigamiento en las redes. Era adolescente cuando llegó la gota que la desbordó: un día, más de 30 chicas aparecieron usando remeras estampadas con insultos dedicados a ella. “Ese día nadie quedó indiferente. Las alumnas más grandes intervinieron y luego se sumaron los profesores, los padres y alumnos de otros grados. Fue una bomba que explotó”, recuerda.

Así nació Volando en V, que imparte programas de liderazgo en las escuelas con la finalidad de promover la convivencia positiva desde los alumnos mayores. ¿Cómo? “La escuela elige a diez alumnos, entre segundo y cuarto año, de entre 15 a 17 años, con un perfil sugerido. Después los capacitamos para que sean protagonistas del cambio y realicen intervenciones que sensibilicen, enseñen valores de convivencia a otros alumnos y se hagan cargo del tema del acoso escolar. Esto funciona a través de juegos, charlas, actividades en las aulas y también los recreos”, explica.

El programa Volando en V, en Chile El programa Volando en V, en Chile

Jordi Musons es el director de la escola Sadako, en Cataluña, una de las comunidades que en España marchan al frente en la cantidad de casos de acoso escolar, junto con Madrid, Murcia y Andalucía, según datos de la ONG Bullying sin Fronteras. “En las aulas es habitual normalizar situaciones de rechazo o de acoso de bajo nivel, que se aceptan como propias de las dinámicas de grupo”, responde Musons, que como director de la escuela es el responsable también del proyecto Somrius, que no se basa en una estrategia sistemática sino que se asienta en varias líneas de trabajo.

Una de las más sobresalientes se denomina Acompáñame, donde todos los alumnos del centro son padrinos o ahijados de otros alumnos, o las dos cosas a la vez. “También resultaba prioritario desterrar el término “chivato” [buchón] -coincide Musons-, para lo cual los alumnos crearon la palabra samagama, que implica ser un cómplice positivo”.

La excelencia y la crueldad

Las leyes sancionadas en países como Japón o Corea del Sur, en 2013, han incitado a los maestros a denunciar. Los casos reportados aumentaron dramáticamente, pero las autoridades reconocen que eso poco ayudó en la manera en que se enfrenta el problema. Según Kanae Doi, directora en Tokyo de Human Rights Watch (HRW), los maestros rara vez ayudan. “Son famosos por sus destrezas pedagógicas, especialmente en matemática, pero no se comprometen en estos asuntos”.

Algo similar ocurría en Corea del Sur, donde según datos oficiales, el 52% de los estudiantes dijo haber sido testigo de casos de intimidación y acoso en la escuela, sin poder haber hecho nada al respecto. Por eso, hace dos años, la agencia de publicidad Cheil Worldwide junto con el Municipio de Seúl idearon una innovadora campaña: Friend Name Tag, algo así como un llamador de amigos, donde cada estudiante lleva una chapa prendida en la solapa con su nombre y el de un compañero de clase. Las chapas tienen en su interior un chip, que está conectado vía wifi con un sistema de alarma que reciben los profesores en sus dispositivos móviles, todo en el preciso momento en el que en un estudiante presiona el botón que lleva la chapa ante una situación de acoso.

Sin recetas mágicas

A pesar de los millones de dólares que entidades tanto privadas como públicas están dedicando a la prevención del bullying, en la mayor parte de las escuelas más famosas de Nueva York, se discontinuó la aplicación de cualquier fórmula mágica, o más bien de cualquier fórmula en general. La teoría es que dichas fórmulas funcionan para sociedades determinadas. Distintos profesores de estos colegios explicaron a LA NACION que los chicos hoy, desde pequeños, saben las respuestas que se esperan de ellos como “socialmente aceptables respecto al bullying”, pero eso no implica que luego actúen acorde.

Es lo mismo que cuando los varones de preescolar dicen “sí, sabemos que el rosa también es para nosotros, pero mejor dame el azul”, ejemplificaron. La única clave que los educadores ven que funciona es que en los colegios se analicen los casos cuando ocurren, en vez de las generalidades. Hacer una unidad sobre bullying y pasar al tema siguiente consideran que no sirve para nada. En el sitio oficial stopbullying.gov, hay un llamado a la transparencia en el que se admite que no se avanzó de manera certera. “Muchos programas han sido testeados en escuelas con resultados modestos. Otros no han logrado marcar una diferencia. Los investigadores todavía están tratando de encontrar la solución a un problema tan complejo”.

Sucede en Nueva York, Barcelona, Quito o Bahía Blanca, donde la madre de la alumna a la que sus compañeros le hacían comer pasto confiesa que volver a clase no fue fácil para su hija. Sigue sin poder dormir, está irritable y a veces come compulsivamente. Se recuperó de la lesión en la mano, pero los rastros en su memoria perduran imborrables. (La Nacion)

Para más información:

Sobre ciberbullying: Argentina Cibersegura
Sobre bullying: Si no hacés nada, sos parte
Informes de Víctor García y Juana Libedinsky

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