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“La Presidencia N° 61” por Carlos Baeza -1° nota-

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El próximo 22 de octubre los argentinos concurriremos a los comicios con el fin de elegir, entre otros candidatos, al presidente y vicepresidente que ejercerán sus cargos entre el 10 de diciembre de este año e igual fecha del año 2027. Quien asuma la presidencia en esta oportunidad se convertirá en el 61° titular del Poder Ejecutivo en nuestra historia a partir de la vigencia de la Constitución de 1853, nómina que incluye a la totalidad de quienes, desde esa fecha hasta la actualidad, han ocupado alguna vez ese cargo y con prescindencia del tiempo que haya durado su mandato, ya sean gobiernos legítimos o usurpadores. Teniendo en cuenta tales parámetros podemos concluir entonces en que entre 1853 y 2023 ha habido 60 presidencias de las cuales 43 fueron de iure, 12 usurpadoras y 5 de facto, habiendo fallecido en el cargo 3 presidentes y renunciado 8 de ellos.

1° El modelo de los EE.UU: En cuanto al sistema de elección de presidente y vicepresidente, los Padres Fundadores siguieron el régimen indirecto que para tales cargos organizara la Constitución de los EE.UU y mediante el cual el pueblo no votaba por presidente y vicepresidente, sino por un grupo de electores, siendo estos quienes procedían a elegir a esos candidatos. ¿Cuáles fueron las razones que llevaran a los constituyentes norteamericanos para organizar dicho régimen indirecto? El principal argumento estribaba en la creencia que la gran masa electoral no estaba capacitada para realizar una nominación de tal envergadura. Claramente lo exponía Hamilton para quien la forma de alcanzar el objetivo propuesto era confiriendo el derecho de elección, “no a un cuerpo ya organizado, sino a hombres seleccionados por el pueblo con ese propósito específico y en una ocasión particular. Igualmente conveniente era que la elección inmediata fuera hecha por los hombres más capaces de analizar las cualidades que es conveniente poseer para ese puesto, quienes deliberarán en circunstancias favorables y tomarán prudentemente en cuenta todas las razones y alicientes que deben normar su selección. Un pequeño número de personas escogidas por sus conciudadanos, entre la masa general, tienen más posibilidades de poseer los conocimientos y el criterio necesarios para investigaciones tan complicadas”.

No obstante, el originario proyecto que trató la Convención de Filadelfia, preveía que el presidente fuera electo por la Legislatura Nacional; sin embargo en el transcurso de las sesiones se varió la propuesta y se optó por dejar la elección del presidente en manos de electores designados por las legislaturas locales. Finalmente y en una nueva versión, el texto aprobado dispuso que el Ejecutivo fuera designado a través de un número de electores igual al total de los diputados y senadores que cada Estado enviara al Congreso. De tal forma, como sostiene Dahl, el sistema de colegios electorales adoptado en los EE.UU. resultó un fracaso y desvaneció “las esperanzas que los delegados a la Convención puedan haber tenido acerca de que el Colegio Electoral funcionaría como un cuerpo independiente, libre de los supuestos vicios de la elección popular. La política de partidos había transformado a los electores en agentes partidarios, un papel que continuarían representando. Típicamente, el privilegio de servir como electores le sería conferido no a ciudadanos sobresalientes dispuestos a expresar sus juicios independientes…sino a individuos leales a un partido, y por lo general de los menos encumbrados. El desarrollo de los partidos políticos y las lealtades a un partido convirtieron el elaborado mecanismo del Colegio Electoral en un mero modo de contar votos”.

3° La Constitución Nacional de 1853: El sistema así receptado por la Constitución de 1853 constaba de tres pasos:

a) en primer término, el pueblo de cada provincia y el de la capital debían elegir por voto directo juntas o colegios electorales, los que se componían de un número igual al doble de diputados y senadores que cada distrito enviaba al Congreso. Para ser elector se debía contar con las mismas calidades que las requeridas para ser diputado; no pudiendo desempeñar ese cargo los diputados y senadores -por su eventual participación en el último paso- ni los empleados a sueldo del gobierno federal, con el fin de evitar presiones.

b) Una vez electos todos los colegios, los mismos debían reunirse cuatro meses antes de concluir el mandato del presidente en ejercicio, el mismo día y a la misma hora, en las legislaturas de las respectivas capitales de provincia y, en el caso de la Capital, -teniendo en cuenta que el Congreso revestía el carácter de legislatura local de ese distrito federal y que debía intervenir en el escrutinio- en la Municipalidad. Esta reunión simultánea de todos los colegios era otra de las razones que esgrimían los comentaristas del texto estadounidense para justificar el régimen seguido, pues se consideraba que la elección de dichas juntas electorales, significaba “mucho menos peligro de agitar a la comunidad con movimientos extraordinarios o violentos, que la elección de uno solo que habría de ser él mismo el objeto final de las aspiraciones públicas. Y como los electores designados en cada Estado han de reunirse y votar en la entidad en que se les elige, la división y el aislamiento que resultarán, los expondrán mucho menos a vehemencias y agitaciones, que podrían comunicar al pueblo, que si hubieran de reunirse todos al mismo tiempo y en el mismo sitio”. Reunidos así los electores en sus respectivos colegios, cada uno de ellos tendría en su banca dos boletas o cédulas en blanco, debiendo colocar en una, el nombre del candidato a quien votaba para presidente y en la otra, al que elegía para vicepresidente, firmando ambas. Luego se realizaba el escrutinio y se volcaban los resultados en dos listas por duplicado, una conteniendo a todos los nominados para presidente y otra con los elegidos para vicepresidente, cada una de ellas consignando el total de votos obtenidos por los candidatos, listas que debían ser firmadas por los electores. Un juego en sobre cerrado permanecía guardado en el lugar en el que se encontraban reunidos, en tanto el restante, también en sobre cerrado, era remitido al presidente del Senado.

c) Finalmente, recibidos los sobres de todos los colegios electorales, el presidente del Senado, en presencia de ambas Cámaras y junto a los secretarios de las mismas y cuatro legisladores elegidos por sorteo, procedían a la apertura de los mismos, efectuándose el escrutinio y siendo proclamados presidente y vicepresidente quienes hubieran obtenido la mitad más uno de los votos en la suma total de los colegios. Sin embargo, debía preverse la hipótesis en que ningún candidato alcanzare la mayoría requerida, para lo cual el texto constitucional dispuso que el Congreso debía elegir entre los dos más votados, señalando que si la primera minoría hubiera correspondido a más de uno, se votaría entre todos ellos; mientras que si la primera la obtuviera un solo candidato, pero la segunda correspondiera a dos o más, el Congreso elegiría entre el de la primera y todos los de la segunda. En todos estos casos la votación debía ser nominal y por mayoría absoluta. Si luego de la primera elección no se alcanzare la misma, se repetiría el acto pero limitado a los dos que hubieren obtenido la primera y segunda minoría, triunfando ahora el que lograre aquella mayoría. Si hubiere empate se votaría nuevamente y si aun subsistía, decidiría el presidente del Senado. Todo este mecanismo debía quedar concluido en una sola sesión, debiendo darse a publicidad los resultados de las votaciones.

La historia nacional demostró que, en realidad, los colegios electorales nunca cumplieron su misión ni fueron el grupo de notables que los constituyentes estadounidenses proyectaran. Así, en los primeros tiempos de la organización nacional, el poder de nominación estaba en manos de una liga de gobernadores provinciales que patrocinaban en común al candidato; en tanto que posteriormente dicha potestad pasó a los partidos políticos, quienes ejerciendo el monopolio de la representación, se encargaron igualmente de nominar a los candidatos. Por tanto, en ambos casos, los electores se limitaron a votar disciplinadamente a quienes esos grupos ya habían elegido. Como gráficamente se definiera Ambrose Bierce, el elector es “El que goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros”.

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