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Ejemplos que emocionan… Es de Patagones y viaja más de 300 kilómetros haciendo dedo para poder dar clases en escuelas rurales

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Sin transporte directo, Orlando Ríos depende de la voluntad de los automovilistas y la solidaridad de sus colegas para llegar a destino. Enfrenta caminos intransitables, pese al frío y la lluvia. Para los chicos, sus clases de teatro son un refugio. A pesar de las dificultades, sueña con llevar a sus alumnos a ver una obra en vivo. Una historia de dedicación y amor por la educación.

Orlando Cesar Ríos, un maestro de 49 años oriundo de Carmen de Patagones -el distrito bonaerense más austral-, atraviesa día a día un viaje lleno de dificultades para llevar la magia del teatro a las escuelas rurales más alejadas de la provincia de Buenos Aires. Ríos no es solo un docente apasionado, sino también un verdadero guerrero que recorre más de 300 kilómetros haciendo dedo para enseñar en instituciones donde, muchas veces, las condiciones básicas de infraestructura son una utopía.

“Trabajo en una escuela que está casi a 310 kilómetros de Patagones, en el distrito de Villarino. No hay transporte directo que me lleve a esas localidades, así que muchas veces hago dedo o me las ingenio para llegar”, relata Ríos a LANOTICIA1.COM con una mezcla de resignación y firmeza. En ocasiones, los caminos de tierra que debe atravesar se vuelven intransitables por las lluvias, lo que complica aún más su llegada. “A veces no puedo llegar. Si llueve, los caminos se destruyen y no queda más opción que suspender las clases”, añade.

Orlando trabaja en la Escuela N°30 de Cardenal Cagliero pero su verdadera travesía comienza los miércoles, cuando en horas del mediodía, luego de dar clases en la Escuela N°19 de la localidad de Pradere, parte rumbo a la Escuela N°29 y el Jardín N°12 ubicados en La Catalina, un pequeño paraje rural al que solo puede acceder en camioneta junto a colegas que, como él, se enfrentan a los rigores del campo.

“Una vez en Pradere, hago dedo y voy hasta el final de la Ruta 3, en la rotonda de Bahía Blanca. Ahí engancho la Ruta 22 hasta llegar a Algarrobo, donde me quedo en la casa de una compañera que me recibió cuando empecé a trabajar en esta zona. Desde su casa, me llevan en camioneta hasta la escuela rural, que está a unos 50 kilómetros, en Villarino, casi al límite con La Pampa y Río Negro. Es un lugar impresionante”, cuenta ante nuestros micrófonos.

A pesar de las incontables complicaciones, la sonrisa de los niños y el cariño de la comunidad compensan todo el sacrificio. “Cuando llegás, los chicos te reciben con un abrazo, con un dibujo o una torta frita. Esos gestos te llenan el alma. Me olvido del viaje, del frío, de la lluvia, y siento que todo vale la pena”, comparte con emoción.

El compromiso de Ríos es tan profundo que ni siquiera la pandemia ni un grave problema de salud lograron detenerlo. “En 2020, tuve pancreatitis necrotizante, perdí el 30% del páncreas. Aun así, después de salir del hospital, decidí seguir viajando. No podía dejar de enseñar, aunque eso significara pasar solo dos horas por día con los chicos”, cuenta. Su determinación no pasó desapercibida en la comunidad. “Una vez, una señora de 80 años me dijo mientras hacía dedo: ‘Vos sí que tenés vocación. Yo ya habría tirado la toalla hace rato’. Esos momentos te dan fuerza”.

Sin embargo, la realidad en las escuelas rurales es dura. Ríos explica que muchas de ellas no tienen ni siquiera lo básico: “En la Escuela N°29 no hay luz, lo que afecta hasta el suministro de agua en los baños. Tampoco hay calefacción, por lo cual en este invierno que hizo mucho frío, nos las tuvimos que ingeniar para calentar el ambiente. Es increíble que estemos en 2024 y aún falten cosas tan elementales. Pero uno sigue, porque sabe que la enseñanza es más que solo dar clases”.

La educación en estas zonas del interior enfrenta no solo problemas de infraestructura, sino también la cruda realidad de los alumnos, que a menudo tienen responsabilidades familiares que los alejan de una infancia plena. “Muchos de los chicos tienen que ayudar a sus padres cortando leña o trabajando en la salina. Hay otros que han venido a la escuela sin útiles escolares, diciendo que tienen hambre porque en sus casas no hay nada para comer. También he tratado con situaciones más graves, como problemas de abuso o maltrato en el hogar”. “Es por todo esto que el teatro es para ellos un refugio, un momento en el que pueden ser simplemente niños”, expresa Ríos con orgullo.

A pesar de la compleja realidad que atraviesa a estos estudiantes, Orlando tiene el objetivo de llevar a los chicos a ver una obra de teatro en vivo. “Mi sueño es que estos chicos puedan experimentar el teatro en su totalidad, ya sea en Bahía Blanca o en cualquier lugar cercano. No se trata de formar actores, sino de ofrecerles herramientas que enriquezcan sus vidas”, concluye.

Orlando Ríos, con su incansable entrega y vocación, es un ejemplo de cómo la educación puede transformar vidas, incluso en los rincones más apartados. Su lucha diaria por llegar a esas escuelas rurales es un testimonio de compromiso que va más allá de la enseñanza. Para él, cada kilómetro recorrido, cada día superado, significa una oportunidad más para que sus alumnos se encuentren con un espacio de libertad, creatividad y esperanza: “No me arrepiento de la profesión que elegí. Siempre debemos seguir adelante y nunca rendirnos”.

La entrevista completa:
¿Podés contarnos quién sos, cuántos años tenés y de dónde sos? ¿A qué te dedicás?
Mi nombre es Orlando Cesar Ríos, tengo 49 años y soy de Carmen de Patagones. Soy profesor de teatro especializado en la rama artística. Trabajo en escuelas rurales, y la más lejana está a casi 310 kilómetros de acá, en el último distrito de la provincia de Buenos Aires.

¿Cómo es la vida en Patagones?
Patagones es un pueblo medianamente chico. En un momento fuimos conocidos por la tragedia en la escuela Islas Malvinas en junio de 2004. Con el tiempo, fue creciendo, aunque no tanto, y mucha gente de afuera se fue sumando a la comunidad. El teatro es un lenguaje relativamente nuevo para la zona, especialmente en las escuelas, ya que no se implementó en la provincia de Buenos Aires hasta hace unos 10 años. Al principio, al no haber horas cátedra suficientes en la ciudad, tuve que salir a trabajar en el distrito de Patagones, que llega hasta el río Colorado. Ahí empecé a dar clases en escuelas rurales. Si bien hay una movida cultural interesante, con teatro y música, muchas veces estas actividades no llegan a las zonas más alejadas. Por eso fue tan importante la incorporación del teatro en las escuelas, porque permite llevar esta disciplina a estudiantes que de otra manera no tendrían acceso a ella.

Contanos un poco de tu vida. ¿Cómo arrancaste tu actividad? Me contabas que sos profe de teatro. ¿Es algo que ya te gustaba de chico o lo descubriste de grande? ¿Cómo nació tu amor por esta profesión?
Mi amor por el teatro nació de chico. Siempre me gustó actuar en los actos escolares. Además, desde los 9 años hasta los 25, también bailé folclore. Sin embargo, en Patagones no había carrera de teatro, así que fui a Buenos Aires, donde hice algunos castings porque siempre me atrajo la idea de actuar. A los 26 años tuve la oportunidad de hacer algo de teatro acá en Patagones, aunque era algo esporádico; por ejemplo, hacíamos una obra un año y luego podían pasar dos años sin ninguna actividad.

Desde siempre me gustó disfrazarme, cantar y participar en los cumpleaños o eventos. En algún momento, empecé la carrera de comunicación social, que no tenía nada que ver con el teatro, pero como era la opción disponible, pensé en probarla hasta decidir qué hacer. Vengo de una familia numerosa, y eso me llevó a trabajar desde joven, por lo que tuve que dejar la secundaria en su momento. Años más tarde, retomé mis estudios y, cuando se abrió la carrera de teatro en Patagones, no lo dudé y dejé comunicación para dedicarme a lo que realmente me apasiona.

Hoy puedo decir que mi trabajo es mi pasión. No hay nada mejor que llegar a la escuela, ser recibido por los chicos y ver cómo se enganchan con lo que hacemos. Que ellos disfruten tanto como yo lo que les enseño es lo más valioso que me llevo de esta profesión.”

Tuviste que dejar de estudiar para trabajar y después retomaste los estudios. Es una vida que ya trae bastantes sacrificios, ¿no?
Sí, es cierto. Mi familia viene de Corrientes, aunque la mayoría se quedó en Buenos Aires. Mis viejos decidieron mudarse al sur, y yo también fui a Buenos Aires a probar suerte en algunos castings, porque siempre quise dedicarme al teatro. Pero es complicado, no es algo en lo que podés parar y esperar que todo salga fácil. La necesidad de trabajar hizo que tuviera que dejar los estudios en su momento. Sin embargo, más tarde pude retomarlos y seguir adelante con lo que realmente me apasiona. Ha sido un camino de sacrificios, pero también de mucha satisfacción.

¿Tu familia es de Corrientes y vos terminaste en Patagones?
Sí, prácticamente en la otra punta del país. Vinimos a Patagones por trabajo en el año ’65, y aunque nací allá, me crié acá. Ya somos maragatos, como nos dicen en esta zona.

¿Cuándo se despertó en vos la vocación de enseñar? Me gustaría saber todos los detalles, desde el momento en que salís de tu casa hasta que llegás a la escuela. ¿Cuántos kilómetros viajás?
Sí, tengo una escuela que está casi a 310 kilómetros de Patagones, en el distrito de Villarino. Empecé a enseñar cuando iba en segundo año de la carrera de teatro. Un amigo me dijo: ‘Van a abrir una convocatoria para profesores de teatro, ¿por qué no te anotás? Vos tenés buena onda con los chicos.’ En ese momento me dedicaba a decorar fiestas infantiles, y como siempre me gustó trabajar con chicos, pensé: ‘¿Por qué no?’ Me preparé con proyectos para nivel primario y secundario, y en septiembre de 2000 me presenté a rendir. Ahora, el 16 de septiembre se cumplen 8 años desde que empecé a enseñar.

Mi primer día fue en nivel inicial, y cuando llegué pensé: ‘¿Dónde me metí?’ Pero pronto descubrí la manera de conectar con los chicos, sobre todo a través del juego, que es una parte central del teatro en esa etapa. Al principio era un desafío, pero me gustó tanto que no me importaba si hacía frío, llovía o si tenía pocos alumnos. Siempre llegaba a la escuela con la misma pasión, fuera para enseñar a uno o veinte chicos. Amo lo que hago.

Mi vocación por enseñar se despertó naturalmente. Aunque no había planeado ser docente desde un principio, creo que siempre lo llevé dentro. Mi mamá falleció cuando éramos chicos, y mi papá tuvo que hacerse cargo de ocho hijos. En esa época, cuando estaba en tercer año, yo sentía la necesidad de trabajar. Si hubiese tenido más tiempo o la posibilidad de continuar mis estudios de otra manera, tal vez las cosas habrían sido distintas, pero nunca es tarde. Estoy feliz de haber encontrado mi pasión en el teatro y la docencia.

¿En cuántas escuelas trabajás?
Actualmente trabajo en cuatro escuelas y también en un jardín de infantes. Recorro distintos puntos del distrito para llevar teatro a los chicos, lo que me permite acercar esta disciplina a escuelas rurales que no siempre tienen acceso a este tipo de actividades.

¿Y la escuela más lejos, a cuántos kilómetros está?
La escuela y el jardín más lejanos están a 310 kilómetros de Carmen de Patagones. Es un trayecto largo, pero lo hago con gusto para llevar el teatro a esas zonas rurales.

¿Vas hasta allá, das clases y volvés a tu casa el mismo día?”
No, me voy el día anterior. Por ejemplo, los miércoles viajo a Pradere, que también es parte del distrito de Patagones. Al mediodía doy clases en una escuela rural, la Escuela N°19. Desde ahí, salgo a la ruta, voy hasta el final de la Ruta 3, en la rotonda de Bahía Blanca y agarro la Ruta 22 hasta Algarrobo. Me quedo en la casa de una compañera, quien me recibió cuando empecé a trabajar en esa zona. Desde su casa, mis compañeras me llevan en camioneta a la escuela rural, que está a unos 50 kilómetros de ahí. La Escuela N°29 y el Jardín N°12 están juntas, casi al límite con La Pampa y Río Negro. Es un lugar impresionante.

A veces, me toca hacer dedo porque no hay colectivos que coincidan con mis horarios. Me manejo así para llegar a las escuelas 29 y 9, y al Jardín 12, ya que los horarios de los colectivos no se ajustan a mi ruta. No hay transporte directo que me lleve a esas localidades, así que tengo que ir pidiendo aventones.

Es impresionante, y cuando llegás a la escuela, ¿cómo es el encuentro con los chicos?”
Es algo inexplicable. Los chicos te reciben con un abrazo, un dibujo, o te traen algún regalito, como caramelos, frutos, o una torta frita. Ese tipo de gestos lo dicen todo.

Es muy fuerte. Imagino que la sonrisa de los chicos hace que todo valga la pena…
Para mí, sí, eso es lo más preciado. Llegar y que los chicos vengan corriendo a abrazarte, eso no tiene precio. Hace poco tuve un problema de salud y estuve unos días sin ir a trabajar. Cuando volví, el recibimiento fue increíble, te abrazan con sinceridad, te regalan un dibujo, y eso te llena el alma. En esos momentos te olvidás del viaje largo, del frío, de la lluvia, de todo. Te das cuenta de que estás donde querés estar, haciendo lo que te apasiona, y esos pequeños gestos de los chicos valen más que cualquier sueldo.

Villarino
¿Qué fue lo más loco, lo más raro que te ha pasado en estos años de trabajo, en medio de todos los viajes? ¿Hay algo que recuerdes y digas, ‘che, mirá lo que estoy viviendo’?
Una de las experiencias más impactantes ocurrió durante la pandemia. Tuve un problema de salud grave, una pancreatitis necrotizante que me hizo perder el 30% del páncreas. En ese momento, un grupo de compañeros de trabajo creó un grupo de WhatsApp para enviarme saludos y mensajes de apoyo. Cuando salí del hospital, decidí que, a pesar de todo, no iba a dejar de viajar. Me quedaría en Patagones, aunque solo tuviera dos horas para dedicarme a la enseñanza.

Volver a la escuela después de casi dos años sin poder trabajar fue realmente emocionante. Los chicos me recibieron diciendo que me extrañaban y que iban a cuidarme. No olvido ese momento, especialmente cuando llegué con un drenaje y, a pesar de no poder tocarnos, ellos encontraron formas de saludarme. Fue muy conmovedor.

Otra anécdota memorable fue cuando viajaba por la Ruta 3, llegando a Pedro Luro. Una señora de unos 80 años me dijo: ‘Vos sí que tenés vocación. Yo ya habría tirado la toalla hace rato’. Sus palabras me dieron una gran fortaleza. Me dejó en Luro y me dijo que me admiraba y que esperaba volver a encontrarme algún día para decirme lo mismo. Esas experiencias me demuestran que, a pesar de los desafíos, lo que hago tiene un impacto positivo en los chicos y me llena el alma.”

Cómo fue que terminaste en esas escuelas rurales, situadas en medio del campo. ¿Y con qué situación te encontrás cuando llegás? ¿Cómo están los chicos?
En la Escuela N°29 y el Jardín N°12, que están en Villarino, nadie estaba tomando esas horas de teatro. Un día, durante una capacitación con Carla Maranillo, la directora, ella me sugirió que tomara esas horas. Me dijo que, como era un buen compañero, me vendría bien. Al día siguiente, revisé el acto público online y vi que aún había horas disponibles, así que me anoté.

Cuando llego a la escuela, me encuentro con que muchos de los chicos ya me conocían del Jardín N°901 de Algarrobo. Algunos, que habían pasado casi cinco años desde que me vi con ellos, me reconocieron al instante. Es conmovedor ver cómo el teatro se convierte en un refugio para ellos.

Muchos de estos chicos tienen responsabilidades familiares pesadas; algunos ayudan a sus padres a cortar leña o trabajar en la salina. El teatro les ofrece un espacio para olvidar sus problemas y sumergirse en actividades creativas. Por ejemplo, un niño me dijo que no podía leer en su casa porque tenía que ayudar a su padre, y así, el teatro se convierte en un alivio.

Mi objetivo es que durante esas horas de teatro, los chicos puedan desconectar de sus responsabilidades y disfrutar de algo que les permita expresarse y divertirse. Aunque el viaje es largo y el esfuerzo considerable, el impacto positivo en los chicos me hace sentir que todo vale la pena.

Con el transcurso de los años, ¿has visto el progreso de los chicos? Me imagino que, al tener la oportunidad de verlos desde el jardín hasta que crecen, debe ser emocionante ver cómo evolucionan.
Sí, definitivamente he visto el progreso de los chicos a lo largo de los años. Es muy gratificante ver cómo se desarrollan. Recuerdo cuando algunos eran tan tímidos que ni siquiera se animaban a decir ‘buen día’ o a participar en actividades como el teatro de títeres. Al principio, no querían levantar la mano para jugar con los muñecos que habíamos hecho con medias.

Con el tiempo, esos mismos chicos empiezan a soltarse. Se van desenvolviendo solos y ganando confianza. Por ejemplo, en el Jardín N°12 tengo una alumna llamada Nahir que siempre quiere explorar nuevas formas de caminar en las actividades de teatro. Me sorprende ver cómo después de pasar por la primaria, recuerdan y aplican las técnicas aprendidas en el jardín.

El teatro les enseña a trabajar en grupo, a compartir, y a expresarse de maneras que no habían imaginado antes. Ver cómo evolucionan, cómo se integran y cómo aplican lo aprendido en su vida diaria y en sus interacciones con los demás es increíblemente satisfactorio. Es un cambio visible y significativo que confirma que el esfuerzo vale la pena.

¿Cuál es tu sueño? ¿Tienes metas por cumplir en esta profesión? ¿Cuál sería tu objetivo de acá en adelante?
Sí, tengo varios sueños y metas en esta profesión. Además de mi trabajo actual, tengo un grupo de teatro con el que estamos produciendo una obra. Pero mi gran sueño es lograr que en las escuelas rurales se pueda ofrecer a los chicos la oportunidad de ver teatro en vivo. Me gustaría poder organizar viajes para que los estudiantes puedan asistir a representaciones teatrales, ya sea en Bahía Blanca, Patagones, o en cualquier lugar cercano.

El objetivo no es formar actores, sino ofrecerles experiencias que enriquezcan su educación y desarrollo personal. Ver una obra de teatro en vivo les permitiría conectar lo que aprenden en la escuela con lo que ocurre en el escenario. Aunque no sabemos si alguno de ellos se convertirá en actor o actriz, lo importante es brindarles herramientas para desenvolverse como ciudadanos y disfrutar de las artes. Es una forma de ampliar sus horizontes y enriquecer su formación integral.

¿Cómo son los caminos para llegar hasta las escuelas? Uno se imagina una ruta hermosa para llegar, pero ¿cómo son realmente?
Los caminos para llegar a las escuelas rurales pueden ser bastante complicados. A veces, especialmente cuando llueve, los caminos se vuelven intransitables. Por ejemplo, en la escuela de Caminero, si hay lluvia, es difícil cumplir con el horario ya que el camino se deteriora rápidamente. La presencia de salinas y el paso de camiones también contribuyen a romper los caminos.

Cuando las condiciones son malas, las clases se suspenden porque simplemente no podemos llegar. Lo mismo ocurre en las escuelas 19, 29 y el Jardín 12. En ocasiones, la falta de mantenimiento en los caminos rurales hace que se vuelvan intransitables, y eso afecta nuestra capacidad para llegar a tiempo.

Recuerdo un incidente el año pasado durante el trágico temporal en Bahía Blanca. En una ocasión, la calle que llevaba a la escuela se inundó completamente, lo que nos obligó a suspender las clases de fin de año. Habíamos preparado un acto, pero no pudimos acceder al establecimiento para llevarlo a cabo. Es una realidad desafiante que enfrentamos, pero que también forma parte del trabajo en estas áreas rurales.

¿Te ha tocado alguna vez hacer el viaje y no poder dar las clases debido a las condiciones del camino?
Sí, me ha pasado. A veces, cuando anticipamos tormentas o malas condiciones climáticas, decido no viajar para evitar problemas en la ruta. En esos casos, me quedo en Patagones y cumplo con el horario allí. La seguridad es una prioridad, y no vale la pena arriesgarse a viajar bajo condiciones peligrosas.

He tenido que enfrentar situaciones donde no he podido llegar a las escuelas debido a caminos intransitables. Por ejemplo, en las escuelas 29, Jardín 12 y 19, los caminos a menudo se vuelven inalcanzables durante tormentas o lluvias intensas. En esos momentos, hacemos lo mejor que podemos desde el pueblo, ya que los accesos son muy difíciles y solo accesibles para los residentes locales. A pesar de estos desafíos, siempre intento adaptarme para cumplir con mis responsabilidades y asegurarme de que los estudiantes reciban la educación que merecen.

¿Cómo ves la educación hoy en día, especialmente desde tu experiencia en escuelas rurales? ¿Qué áreas crees que necesitan más atención y trabajo?
Desde mi perspectiva, hay varias falencias en la educación, particularmente en las zonas rurales. Uno de los principales problemas es la falta de infraestructura adecuada. Por ejemplo, en la Escuela 29 no tenemos luz, lo que afecta el funcionamiento de la bomba de agua y, por ende, la disponibilidad de agua en los baños. Este tipo de problemas estructurales debería ser una prioridad para el municipio y el consejo escolar, quienes deberían acercarse más a las escuelas para solucionar estas cuestiones básicas.

En cuanto a la parte educativa, veo que hay un desbalance en cómo se priorizan las áreas. Algunas veces, las políticas educativas parecen más enfocadas en áreas urbanas y menos en las necesidades específicas de las zonas rurales. Los contenidos y los recursos educativos no siempre se adaptan a la realidad de estas comunidades. Por ejemplo, el diseño curricular para teatro se plantea sin considerar que muchas escuelas rurales ni siquiera cuentan con un espacio adecuado para realizar actividades teatrales.

Además, siento que algunos docentes trabajan más por el sueldo que por vocación, lo que puede llevar a una falta de motivación y compromiso en el desarrollo de los estudiantes. Creo que debería haber más capacitaciones y un enfoque en fomentar el deseo de contribuir verdaderamente al crecimiento y desarrollo de los alumnos, no solo en la finalización de su educación básica, sino en aspiraciones más amplias, como la educación superior.

Es necesario un cambio en cómo se abordan estas necesidades, adaptando las políticas y los recursos para apoyar mejor a las comunidades rurales, asegurando que los estudiantes tengan las mismas oportunidades de desarrollo que aquellos en áreas más desarrolladas.

¿Cómo ves la diferencia en la atención y los recursos entre las escuelas urbanas y las rurales?
La diferencia es bastante marcada. Mientras que en las ciudades se pueden tener en cuenta ciertos estándares y recursos, en el interior muchas veces la realidad es muy distinta. Por ejemplo, en las escuelas rurales a menudo hay situaciones extremas, como escuelas con solo dos alumnos, donde se deben cumplir con las obligaciones a pesar de las condiciones precarias. La falta de infraestructura adecuada es un problema significativo. Por ejemplo, si se corta la luz, no solo se interrumpe la enseñanza, sino que también surgen complicaciones para asegurar la seguridad de los alumnos y comunicarse con los padres, ya que en muchos casos no hay medios adecuados para trasladar a los estudiantes o incluso para garantizar su bienestar en situaciones de emergencia.

¿Cómo afrontaron las escuelas este invierno tan severo?
Este invierno fue extremadamente duro, uno de los más rigurosos en décadas. En algunas escuelas la situación fue manejable, pero en otras, las condiciones fueron bastante difíciles. Por ejemplo, en una escuela se hizo fuego en una chimenea para calentar el ambiente, aunque sé que eso no está permitido por razones de seguridad. Sin embargo, no había otra opción para evitar que los chicos pasaran frío. En otro caso, una compañera compró un generador de manera personal para garantizar que tuviéramos electricidad, ya que la dirección de la escuela no proporcionó la batería necesaria para asegurar la iluminación adecuada. Este tipo de soluciones temporales son necesarias, pero también reflejan una falta de infraestructura adecuada que podría poner en riesgo la seguridad de los alumnos si surge algún problema.

¿Te ha tocado enfrentar situaciones fuera del ámbito estrictamente educativo, como problemas de hambre o frío entre los alumnos?
Sí, me he encontrado con varias situaciones fuera del ámbito educativo. Por ejemplo, hay alumnos que han venido a la escuela diciendo que tienen hambre porque sus familias están atravesando dificultades económicas. En algunos casos, las escuelas tienen comedores que solo brindan comida al mediodía, y los chicos llegan por la mañana diciendo que no han comido desde la noche anterior. En otras ocasiones, me he dado cuenta de que algunos alumnos no tienen lo necesario para participar en clase, como cuadernos o lápices. En esos casos, he comprado materiales básicos para que los chicos puedan trabajar.

También he tratado con situaciones más graves, como problemas de abuso o maltrato en el hogar. En una escuela anterior, algunos alumnos me contaron sobre abusos físicos en casa. Aunque lo ideal es que estos casos sean manejados por la dirección y los servicios sociales, a veces uno se siente tentado a intervenir directamente. Además, en ocasiones he tenido que proporcionar cosas básicas como zapatos o ropa para los alumnos que lo necesitan, porque simplemente no tienen acceso a estos recursos. Es un recordatorio constante de las dificultades que enfrentan muchos chicos.

Entonces, ¿te encontrás realizando un trabajo de contención que va más allá de lo laboral y que implica una gran carga emocional?
Sí, definitivamente, tanto yo como mis compañeras nos enfrentamos a estas situaciones. Personalmente, lo vivo con una intensidad que va más allá de la enseñanza. Mi experiencia personal juega un papel importante aquí. Cuando era joven, también pasé por situaciones de frío y hambre. Mi madre se quedó sin trabajo en un momento difícil, y nosotros teníamos que usar un calentador de metal con kerosene, que a veces escaseaba, y hacíamos fuego para calentarnos.

Ver a los chicos enfrentar las mismas dificultades que yo viví me duele profundamente. Me frustra que, a pesar de que estamos en 2024, aún haya escuelas y alumnos que enfrentan carencias básicas. Es como si estuviéramos retrocediendo en el tiempo, y eso es inaceptable. No debería ser normal que un alumno sufra frío o pase hambre en una escuela. A veces, me siento tentado a sugerir a los padres que no envíen a sus hijos a la escuela si las condiciones no mejoran, pero es una decisión que no me corresponde tomar. Lo importante es que seguimos trabajando para intentar mitigar esas situaciones y ofrecerles el mejor apoyo posible.

Orlando, para concluir, me gustaría que reflexionaras sobre dos cosas. Primero, si tuvieras la oportunidad de dirigirte a toda la comunidad educativa -alumnos, familias y colegas- ¿Qué mensaje les darías en este año tan desafiante? Y en segundo lugar, quisiera saber, ¿te arrepientes de haber elegido esta profesión?

No, para nada me arrepiento de la profesión que elegí. Al contrario, cada día reafirmo mi decisión con el trabajo que realizo. Mi mensaje para la comunidad educativa, para los alumnos, las familias y los colegas, es que siempre debemos seguir adelante y nunca rendirnos. Los sueños no siempre llegan cuando uno quiere, pero siempre llegan.

Esta carrera ha transformado mi vida y creo que también ayuda a los alumnos. Mi consejo es que no bajemos los brazos, que no nos dejemos vencer por las dificultades. Siempre habrá obstáculos, pero con esfuerzo y perseverancia, todo se puede solucionar. (La Noticia1)

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