vie. 29 de marzo de 2024
Bahía Blanca:
El tiempo - Tutiempo.net
Lectura de Domingo:

“Y un día ‘volví’ a Galicia” por Carlos Baeza

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email

Mi padre, Federico Baeza, nació en Galicia en el pueblo de Carril frente a la hermosa ría baixa de Arousa en la provincia de Pontevedra donde vivió sus primeros cinco años hasta que la situación económica llevó a su padre, quien era piloto de la marina mercante española, a buscar otros horizontes y merced al contacto con un coterráneo recaló en Ingeniero White; y ya afincado y con trabajo seguro, en 1911 llegaron mi padre y mi abuela.

Muchas veces es difícil tratar de rastrear los pasos de un inmigrante, máxime cuando han transcurrido tantos años desde aquél desembarco y quien fuera su protagonista ya no está entre nosotros para completarnos aquellos datos confusos, escuchados cuando éramos niños, más como un cuento apasionante y misterioso que despertaba nuestras infantiles fantasías, que como la verdadera génesis de nuestras profundas raíces. Y así fuimos dejando correr los años los que con su inexorable paso, fueron desdibujando aquellos inconexos elementos de la historia familiar, pensando que algún día podríamos sentarnos a escuchar su versión completa. Pero ese día nunca llegó. Hoy, quienes podrían alumbrar el camino del regreso hacia los orígenes, han partido llevándose consigo aquellos trozos dispersos de hechos, nombres y lugares que son, en definitiva, la razón de ser de nuestra existencia. Y si bien conceptualmente no es posible volver adonde nunca se estuvo, un día, ya maduro y con las mismas inquietudes a cuestas decidí desandar el camino que hiciera mi padre y “volví” a su Galicia natal, tierra de hórreos y cruceiros, a conocer su casa natal; a recorrer las calles que él transitaba de niño; a ver el puerto desde el que un lejano día emprendió -sin quererlo ni saberlo- la aventura de convertirse en inmigrante.

Llegar a Santiago de Compostela implica, de cierta forma, compartir el final del camino jacobeo que millones de peregrinos transitan para rendir homenaje al apóstol Santiago, cuyo cadáver decapitado arribara a Iris Flavia en tierras gallegas. Entrar en la inmensa catedral por la puerta de la Plaza del Obradoiro permite maravillarse con el imponente Pórtico de la Gloria, en cuya parte posterior el Santo dos Croques (coscorrones) aumenta la inteligencia de quienes contra él golpean tres veces la cabeza (si conserva Ud. esa tradición no haga lo que la mayoría de los visitantes, que sacuden la testa en el frente, pues retornará con su inteligencia intacta). El Altar Mayor; la cripta; las numerosas capillas que enmarcan las naves; la Sala Capitular y la biblioteca en la que se encuentra el famoso botafumeiro, el incensario más grande del mundo, conforman un conjunto de especial belleza y profundo recogimiento muy difícil de olvidar. Tanto como la increíble sillería y coro de San Martín Pinario; o las inclinadas columnas que venciendo leyes físicas, sostienen las bóvedas de la romana Colegiata de Santa María la Real del Sar. Por las noches, en las recovas del Palacio de Raxol frente al Obradoiro, es posible escuchar a las tunas universitarias que cantando recuerdan cuán “triste y sólo se queda Fonseca…”

Camino a Pontevedra se impone un corto desvío hasta la pequeña Padrón, donde a orillas del Sar se levanta la casona-museo de Rosalía de Castro, la autora de “Cantares gallegos” y de tantas otras obras de las letras de Galicia. Ya en Pontevedra, una recorrida por el casco antiguo permite apreciar las ruinas del Convento de Santo Domingo; el particular encanto de la Plaza de la Leña o la imponente fachada de la iglesia de Santa María la Mayor; y a pocos kilómetros, Combarro exhibe su colección de hórreos (silos para almacenar cereales)mirando a la ría. Y así llegué a la ría de de Arousa la que integra junto a Corcubión; Muros y Noya; Pontevedra; Aldán y Vigo las hermosas rías baixas, formadas -según la leyenda- cuando Dios posó su mano sobre la todavía fresca arcilla de la Creación. En Vilagarcia de Arousa disfrutamos la visita a emblemáticos lugares como el Palacio y Convento de Vistalegre; la iglesia de San Francisco o el monte Lobeira, magnífico mirador desde el que se aprecia en toda su belleza la ría de Arousa. Ya sobre la playa y de la mano de Emilio, cordial y estrenado amigo quien como concejal de turismo se interesara en mi historia paterna, pude conocer la excelencia de la comida gallega y sus famosos albariños en el restaurante de Paco Feixó.

Finalmente, arribé a Carril, la pequeña aldea pesquera donde naciera mi padre. Parado sobre el muelle divisé las bateas, estructuras flotantes de maderos cruzados de los que penden sogas cubiertas de pequeños mejillones que allí se alimentan y crecen. Un poco más allá, las leiras, viveros de mariscos trabajados al bajar las mareas; enfrente, la isla de Cortegada y, enmarcando el escenario costero, la balustrada de piedra que amuralla la ría, en cuyas veredas, bares y restaurantes ofrecen sus famosas sardinas y berberechinos, convite al que resulta difícil sustraerse. Allí, en un día no muy apacible, pude sentir -tal como lo describe el poeta Joaquín Merino- cómo nos embelesaba “la furia del viento norte arremolinando olas al salto del malecón, y la zarabanda de las embarcaciones acobardadas”.

Frente a la ría, la Iglesia en cuya portada se alza un inmenso cruceiro; y adentro, en una nave lateral y adosada al piso, una rústica Pila Bautismal de una sola pieza en la que mi padre recibiera los Óleos. A un costado, la puerta traversa de los relatos entonces nunca entendidos, esa que separaba la vida de la muerte, el paso obligado de los difuntos entre el templo y el campo santo lindero, hoy inexistente, pero en el que aún me pareció ver, fugazmente, algún fantasma de los que tanto atemorizaban cuando niño a mi padre. Unos pocos metros más abajo, por la calle Extramuros, su casa natal la que gracias a la hospitalidad de su actual moradora, pude recorrer con la emoción a flor de piel, divisando desde sus pequeñas ventanas la misma ría que tantas mañanas, al despertar, habrá contemplado.

Al dejar Carril, pensé que también mi abuela al partir, fijando la vista en ese paisaje que nunca más volvería a ver, quizá recordó las estrofas de Rosalía desgranando la tristeza del éxodo:

“Adiós ríos; adiós fontes
adiós regatos pequenos
adiós vista dos meus ollos
non sei cándo nos veremos.
Deixo amigos por extraños
deixo a veiga polo mar
deixo, en fin, canto ben quero
¡quén pudera non deixar”

Al volver, hubiera deseado poder compartir con mi padre las imborrables vivencias en tierras gallegas; recordar con morriña esas hermosas rías baixas; hablar de esas gentes cordiales y hospitalarias como pocas. Fue lo único que no pude hacer.

Comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

300x250 profertil