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“Los Mártires de Chicago” por Carlos Baeza

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Desde el bíblico “con el sudor de tu frente comerás el pan”, la historia del trabajo es una suma de luchas en pro de una necesaria justicia social; y el 1° de mayo se inserta entre esas demandas del proletariado, aunque preciso es reconocer que no siempre se ha tenido en claro el porqué de ese día y las motivaciones que lo vinculan con el movimiento obrero, pretendiendo conferirle un contenido político partidista cuando, en realidad, significa el resultado del reclamo por el respeto y la dignidad del ser humano.

Ya en 1874, la organización estadounidense “Los caballeros del trabajo” recogiendo la iniciativa lanzada por otros entes similares, proponía la “reducción gradual de las horas de trabajo a ocho horas por día, a fin de gozar en alguna medida de los beneficios de la adopción de máquinas en reemplazo de la mano de obra”. Posteriormente, la Asamblea Sindical de Chicago de 1882 adoptó una resolución similar que expresaba: “Nos, la Asamblea de Sindicatos de la aglomeración de Chicago, representantes de los trabajadores organizados, declaramos que la jornada de trabajo de ocho horas permitirá dar más trabajo por salarios aumentados”. Y dos años después, en el seno del IV Congreso de la Federación Americana del Trabajo reunido también en Chicago, Frank Foster sugirió que todos los sindicatos en forma unánime llevaran a cabo una huelga por la jornada de ocho horas, lo que motivara a Gabriel Edmonston, activo dirigente de los carpinteros, a propiciar una moción para que a partir del 1 de mayo de 1886 la jornada normal de trabajo se fijara en ocho horas diarias por parte de todas las organizaciones sindicales, la que fuera votada favorablemente.

¿Cuál fue la razón por la cual se eligió esa fecha? Según Dommanget se descartó que lo fuera para conmemorar el 1 de mayo de 1531 cuando los obreros de la seda de la ciudad italiana de Lucca formalizaron una manifestación en reclamo de mejores salarios. De allí que todo parece indicar que la elección de ese día obedeció a la costumbre entonces imperante de tomar una fecha fija como punto de partida para el comienzo de los contratos de locación comerciales y laborales. En los EE.UU el 1 de mayo coincidía con el inicio del año de trabajo para la contratación de personal, al igual que ocurría con otras festividades como la de San Juan en Francia o San Martín o Navidad en otros lugares (Maurice Dommanget, “Historia del Primero de mayo”)

Lo cierto es que llegado el 1 de mayo de 1886 y dado que amplios sectores laborales aún no habían logrado la reducción de la jornada, las organizaciones sindicales decretaron numerosas huelgas que originaron manifestaciones y desórdenes callejeros. No obstante que algunos gremios en determinadas ciudades habían logrado la disminución de la jornada, no ocurría lo mismo en Chicago donde el fundador de la fábrica de máquinas agrícolas McCormick había muerto poco antes y dejado en el testamento una suma considerable de dinero para levantar una iglesia; pero su heredero resolvió construir el templo sacando los fondos de un descuento obligatorio a sus obreros, que lo rechazaron, provocando que el 16 de febrero de 1886 estallara una huelga. Entonces, McCormik hijo contrató a cientos de rompehuelgas a través de los hermanos Pinkerton y desalojaron en medio día la fábrica, que estaba ocupada por los trabajadores. Como réplica a ese accionar, el 3 de mayo alrededor de 8.000 huelguistas hicieron una manifestación frente a la fábrica McCormick y en la cual el periodista Spies estaba hablando justo cuando sonó la campana que anunciaba la salida de la fábrica de uno de los turnos de rompehuelgas (“scabs”) sobre los cuales se lanzaron los huelguistas produciéndose una verdadera batalla que fue sofocada por el accionar policial que sin aviso alguno disparó a quemarropa sobre la muchedumbre desarmada, provocando 6 muertos y más de 50 heridos (revista “Los Mineros”; Fundación Francisco Largo Caballero) Como consecuencia de ello, grupos anarquistas convocaron a una manifestación para el día siguiente en Haymarket Square, frente a la fábrica MacCormick y así fue que el 4 de mayo se reunió en ese lugar una gran cantidad de personas incluyendo familias con niños en tanto desde un improvisado escenario a bordo de un carro, tres de los principales dirigentes, Spies, Parson y Fielden hicieron uso de la palabra y al finalizar el acto y cuando la multitud comenzaba a retirarse, irrumpió la policía y con violencia comenzó a dispersarla pero en ese momento una bomba cayó entre las fuerzas policiales afectando a unos 60 efectivos, 2 de los cuales fallecieron en el acto y otros 6 más tarde como consecuencia de las heridas. Ello generó que los sobrevivientes respondieran abriendo fuego en forma indiscriminada contra la multitud estimada en más de 15.000 personas con un saldo de 38 obreros muertos y 115 heridos.

Fue una verdadera masacre que acarreó la declaración de estado de sitio en Chicago, el toque de queda y la detención de numerosos dirigentes obreros, ocho de los cuales fueron sometidos a un proceso que de tal solo tuvo el nombre, ya que no existía prueba alguna de su culpabilidad. El 17 de mayo de 1886 se reunió el Tribunal Especial, ante el cual comparecieron: August Spies, 31 años, periodista y director del “Arbeiter Zeitung”; Michael Schwab, 33 años, tipógrafo y encuadernador; Oscar W. Neebe, 36 años, vendedor, anarquista; Adolf Fischer, 30 años, periodista; Louis Lingg, 22 años, carpintero; George Engel, 50 años, tipógrafo y periodista; Samuel Fielden, 39 años, pastor metodista y obrero textil; y Albert Parsons, 38 años, veterano de la guerra de secesión, ex candidato a la Presidencia de los Estados Unidos por los grupos socialistas, periodista. También estaban imputados Rodolfo Schnaubelt, cuñado de Schwab, y los traidores William Selinger, Waller y Scharader, ex integrantes del movimiento obrero que testificaron en falso contra quienes llamaban “camaradas” y cuyo perjurio fue posteriormente comprobado, cuando ya sus declaraciones habían sido acogidas por el Tribunal y ahorcados cuatro de los acusados. El gobernador Oglesby desoyó los reclamos de distintos legisladores y políticos y uno de los jurados -luego de concluido el juicio- y sabiendo que solo había sido una farsa, confesó “Los colgaremos lo mismo. Son hombres demasiado sacrificados, demasiado inteligentes y demasiado peligrosos para nuestros privilegios”.

Y así, el 20 de agosto de 1886, 2 de ellos -Fielden y Schwab- fueron condenados a prisión perpetua en tanto que para Neebe la condena fue de 15 años; otro de apellido Lingg se suicidó en su celda fumando un cigarro de fulminato, en tanto los 4 restantes -Spies, Fischer, Engel y Parsons- murieron en la horca el 11 de noviembre de 1887. Años más tarde, el nuevo gobernador John Altgeld, luego de una nueva investigación en 1893 denunció las irregularidades habidas en aquel proceso, tales como los falsos testigos cuya declaración había sido comprada; la integración del jurado en forma premeditada por parte del procurador o los dichos del capitán de la policía cuando manifestara “Dénme unos tres mil de esos anarquistas y yo sé lo que voy a hacer con ellos”; así como otras irregularidades y delitos, concluyéndose que ninguno de los 8 involucrados habían tenido intervención alguna en el atentado. Pero, lamentablemente, ya era tarde pues 4 de ellos habían sido ahorcados; en tanto que Schwab, Fielden y Neebe fueron puestos en libertad. Se supo también que el autor del atentado contra la policía en aquella fatídica jornada había sido un anarquista alemán que logró fugar. Finalmente, en 1868 el presidente de los EE.UU Andrew Johnson promulgó la ley Ingersoli fijando la jornada laboral de 8 horas.

En 1889, el Congreso de Trabajadores celebrado en París, resolvió en homenaje a los llamados “mártires de Chicago” organizar una gran manifestación internacional con fecha fija, de manera que en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día convenido, los trabajadores intimen a los poderes públicos a reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo”. Y como poco tiempo después la Federación Americana del Trabajo había establecido el 1 de mayo para reanudar la lucha por la reducción de la jornada, se adoptó esa fecha para lo sucesivo, resolución que gradualmente fue recogida en casi todos los países. Por el contrario, en los EE.UU el primer lunes de septiembre a partir de 1882 se celebra el Labor Day consistente en un desfile que se lleva a cabo en New York organizado por la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo (“Knights of Labor”) En nuestro país y ya al año siguiente del Congreso de París, tuvo lugar la primera manifestación en recordación de los “mártires de Chicago” la que se desarrolló el 1 de mayo de 1890 en la sede del Prado Español en La Recoleta congregando alrededor de 2.000 personas; y así, el 28 de abril de 1930 el presidente de la Nación Hipólito Yrigoyen instituyó el 1 de mayo como “fiesta del Trabajo en todo el territorio de la Nación” por entender que “es universalmente tradicional consagrar ese día como descanso al trabajo”.

Dos años después del Congreso de París, la Encíclica “Rerum Novarum” promulgada por el Papa León XIII, sostenía que “lo primero que hay que hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de los hombres codiciosos que, a fin de aumentar sus propias ganancias, abusan sin moderación alguna de las personas, como si no fueran personas sino cosas. Exigir tan grande tarea, que con el excesivo trabajo se embote el alma y sucumba al mismo tiempo el cuerpo a la fatiga, ni la justicia ni la humanidad lo consienten. Débese, pues, procurar que el trabajo de cada día no exceda a más horas de las que permiten las fuerzas”. Por su parte nuestra Constitución Nacional en el art. 14 bis asegura a los trabajadores el derecho a la jornada limitada, por lo cual el art. 1° de la ley 11.544 establece que “La duración del trabajo no podrá exceder de ocho horas diarias o cuarenta y ocho horas semanales”; normativa que igualmente legisla respecto a jornadas reducidas por trabajo nocturno, insalubre o de menores.

Entre quienes presenciaron la ejecución de los 4 Mártires de Chicago muertos injustamente en la horca, estaba el poeta José Martí en calidad de periodista, quien publicara la crónica completa del crimen el 1 de enero de 1888 en el diario “La Nación”, en uno de cuyos párrafos describía el horror vivido: ““Una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen a la vez en el aire, dando vueltas y chocando. Parsons ha muerto al caer, gira de prisa, y cesa; Fischer se balancea, retiembla, quiere zafar del nudo el cuello entero, estira y encoge las piernas, muere; Engel se mece en su sayón flotante, le sube y baja el pecho como una marejada, y se ahoga; Spies, en danza espantable, cuelga girando como un saco de muecas, se encorva, se alza de lado, se da en la frente con las rodillas, sube una pierna, extiende las dos, sacude los brazos, tamborilea; y al fin expira, rota la nuca hacia adelante, saludando con la cabeza a los espectadores”.

Ocho hombres injustamente condenados; ocho horas de labor para los trabajadores.

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